En efecto, su estupidez es descomunal. Son corresponsables, también, del desastre que han significado estos 20 años del régimen masista.
Me refiero a esa “fósil” oposición tradicional. Son necios al extremo. Pueden tropezar mil veces con la misma piedra, incapaces de asimilar las lecciones y experiencias de sus errores. El resultado de las anteriores cuatro elecciones dejó grandes enseñanzas. Empero, como son muy limitados pedagógicamente, insisto, son incapaces de aprender de los errores del pasado.
El fracaso del llamado a la unidad, con la idea de conformar un gran bloque opositor para derrotar al Movimiento al Socialismo (MAS), en todas sus versiones, reafirma ese nivel de estupidez.
Si se revisa la historia, fácilmente se podría afirmar que fueron ellos quienes generaron todas las condiciones y escenarios posibles para la irrupción, toma y consolidación del poder del MAS y Evo Morales. Su eterna falta de visión de país, la ausencia de proyectos incluyentes, al margen del prebendalismo y la corrupción, generaron, en los tiempos de la “democracia pactada”, todas las condiciones ideales para este ascenso. Evo Morales y el MAS, en ese sentido, son sus abominables engendros.
La oposición tradicional, luego, en estos casi 20 años de gobierno del MAS, fue absolutamente funcional a la estrategia de reproducción de poder. Plagada de “muros mentales”, taras e infantilismo, ha sido servil al proyecto y a la construcción de hegemonía del régimen masista.
En 2009, divididos, no fueron capaces de evitar los dos tercios que, a toda costa, pretendieron el caudillo y su partido. Para evitar esa nociva concentración de poder, que a la postre fue lo más negativo que le sucedió a la democracia boliviana, bien podrían haber conformado un solo frente. Sin embargo, primaron sus miserias, dando lugar a una inédita concentración de poder. Esa concentración les posibilitó destruir la separación e independencia de poderes, iniciando un pernicioso proceso de resquebrajamiento.
En 2014, desprovistos del más elemental sentido común, otra vez contribuyeron al triunfo de Morales y el MAS, nuevamente con dos tercios. Al no converger en un solo bloque, se alinearon a los objetivos del oficialismo. Con mayoría calificada, el caudillo y la voraz élite cleptocrática azul, desde el Legislativo, sometieron a los otros poderes del Estado. Con esos dos tercios en el Parlamento, hicieron lo que se les vino en gana. Fueron 10 años de un sistema hiperpresidencialista, con mayoría calificada a disposición del pervertido caudillo.
En la consulta popular del 21 de febrero de 2016, felizmente, no se inmiscuyeron. Se impuso la ciudadanía frente al gigantesco aparato estatal. Por primera vez, luego de varios triunfos continuos, Morales y el MAS sufren una derrota. Pero esta vez, sin ningún candidato de oposición al frente, donde solo estaba la conciencia ciudadana. Fue la ciudadanía la que derrotó los afanes prorroguitas y de poder eterno, no fue la oposición.
En 2019, para enfrentar a Evo Morales, habilitado inconstitucionalmente, los políticos opositores tradicionales —Tuto Quiroga, Samuel Doria Medina, Víctor Hugo Cárdenas, Rubén Costas y Carlos Mesa— suscribieron la “Declaración Conjunta en Defensa de la Democracia y la Justicia”, con la idea de conformar un solo frente opositor. Muy poco duró la ilusión, pues luego se dividieron en cinco candidaturas. Sin embargo, estas elecciones no tuvieron destino final. El proceso fue interrumpido por la movilización ciudadana que, luego de 21 días de lucha y resistencia en las calles, acabará con la renuncia de Morales.
Durante cerca de un año, la oposición, como resultado accidental de esas movilizaciones, toma el poder y gobierna con Jeanine Áñez. En términos de resultados, acabaron traicionando a la movilización ciudadana que se alzó en las calles demandando otra forma de hacer política. En poco tiempo, sacaron a flote su naturaleza cleptocrática. En plena pandemia, comenzaron a beneficiarse cínicamente con fondos públicos, en la compra de todo, desde respiradores hasta barbijos. En seis meses de gobierno ya estaban completamente podridos. Los verdes fueron peor o igual que los azules. En un año de gestión pretendieron robar lo que el MAS robó en 14 años.
En esas circunstancias muy especiales se producen las elecciones de octubre de 2020. Otra vez, la oposición se presenta fragmentada en cinco fuerzas políticas. Si a esa fragmentación sumamos la destrozada gestión del gobierno de Áñez, el terreno estaba abonado para el retorno del MAS. Arce Catacora logra el 55 % de la votación.
En todo este tiempo, vean ustedes, el papel funcional que desempeñó la oposición tradicional. Fueron 20 años de complicidad y apoyo al proyecto hegemónico del régimen.
Ahora, para las elecciones de agosto de 2025, sin asimilar las experiencias pedagógicas del pasado, vuelven a cometer el mismo error: nuevamente se dividen. Al comprometerse a conformar un gran bloque opositor, con candidato único, para “salvar a Bolivia”, ilusionan por un momento.
Luego, la historia se repite. En este momento, ya son cerca de seis candidatos. Esa tremenda estupidez no permitirá aprovechar, como nunca, la circunstancia histórica. El MAS está dividido. Y no solo entre “evistas” y “arcistas”. Está más fragmentado. A esas dos facciones debemos añadir al Movimiento Tercer Sistema (MTS) y al Movimiento de Renovación Nacional (MORENA). Una de esas siglas utilizará Andrónico Rodríguez. De todos modos, igual, en el campo masista habría cuatro candidatos.
La oportunidad, entonces, de derrotar al MAS, después de 20 años, está en la mesa. Sin embargo, como retrasados mentales, no tienen la posibilidad de tomar conciencia de que este es el momento histórico.
Nuevamente, empero, no salen de la caverna. El MAS, así dividido, puede derrotar a esa despreciable oposición que, definitivamente, no provoca ninguna ilusión. Más bien, todo lo contrario.
*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.