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La verdad del ganadero boliviano, víctima de la ignorancia

La verdad del ganadero boliviano, víctima de la ignorancia
Alberto De Oliva Maya | Columnista
| 2025-05-15 00:17:19

Bienvenidos al nuevo capítulo de la tragicomedia nacional titulado:

“La incongruencia del burro y el hambre del necio”, escrita y dirigida por el gobierno de turno, con actuaciones estelares de ministros que jamás han pisado un potrero y asesores que creen que la carne viene del cielo, como el maná bíblico. ¿El argumento? Simple: declarar la guerra al ganadero boliviano mientras preparan la importación de carne argentina. Sí, de ese país donde un kilo de carne cuesta lo mismo que una consulta médica privada.

Y para disfrazar la improvisación como política de Estado, nos venden el cuento de que técnicos del Senasag, los mismos que no diferencian un buey de una bolsa de cemento, irán a inspeccionar frigoríficos en Argentina para “garantizar calidad”. Una inspección que, dicho sea de paso, no costará menos de unos buenos viáticos con escala en Puerto Madero. Todo, por supuesto, en nombre de la soberanía alimentaria, aunque lo que realmente se está cocinando es otra cosa: negocios, comisiones, márgenes ocultos… y tal vez algún contrato que termine en los mismos bolsillos de siempre.

Mientras tanto, los expertos del Excel juegan al libre mercado según su conveniencia. ¿Alguien en ese gobierno se ha detenido a pensar qué hace realmente un ganadero en Bolivia? No basta con repetir en televisión que “hay que garantizar el consumo interno” mientras se castiga a quienes producen, a quienes madrugan, a quienes viven y mueren en el campo.

Así que tomemos un momento para detallar, con precisión, lo que implica la vida de ese “lucrador empedernido” que, según sus cálculos, “acapara riqueza”, pero que en realidad es el primer eslabón de una cadena que todos aprovechan y nadie respeta:

El ganadero no trabaja en una oficina con aire acondicionado. Vive en el campo, en contacto directo con la tierra, bajo el sol abrasador, la lluvia que inunda corrales y el frío que hiela los huesos.

Comienza antes del amanecer, cuando muchos de los ministros todavía sueñan con exportaciones que no entienden.

Debe vaquear (buscar el ganado), arrear animales durante kilómetros, rodear y pastear (asegurarse de que coman lo necesario), y eso todos los días, no solo en los feriados patrios con desfile.

Luego viene la revisión diaria: curar heridas, aplicar medicamentos, desparasitar, limpiar corrales, rotar potreros, hacer mantenimiento de cercas y aguadas, prever alimento para la sequía, atender partos y, lo más importante, estar ahí. Sin olvidarse de revisar las alambradas, hacer contra fuegos y enfrentar incendios cuando aparecen o salvar el ganado de inundaciones repentinas. Porque el ganado no se cuida por WhatsApp.

Y cuando los animales están en edad de ser marcados, llega otra faena:

Marcar, pesar, mochear, capar, vacunar, identificar uno por uno, sin errores, sin margen de fallo, bretear y filiar. Recriar y engordar, cuidando el balance nutricional que permita una carne de calidad, pero sin subsidios, sin asistencia técnica, sin créditos blandos y sin el más mínimo respeto institucional.

Y si por alguna razón hay que trasladar ganado, hay que arrear sorteando trancas, bloqueos, papelerío infinito, inspecciones “voluntarias con cuota”, y aun así llevarlo a destino sin pérdida de peso ni salud.

¿Y todo esto para qué? Para que después, la carne llegue a frigoríficos, carniceros, supermercados y restaurantes, donde sí se genera el lucro real. Porque mientras el ganadero obtiene una ganancia que no supera el 10 o 15%, quienes se llenan los bolsillos son los intermediarios, los revendedores y quienes “transforman” una vaca en filete gourmet con precio boutique.

Pero eso, al parecer, no entra en los cálculos del gobierno, donde creen que el ganadero es poco menos que un burgués latifundista. Entonces, su gran solución es traer carne importada, que no será más barata, no será más fresca, ni será más nutritiva… pero sí permitirá un nuevo negocio que garantice los viáticos de los próximos meses.

Y como guinda del pastel, amenazan al productor con restricciones, trabas, controles y discursos vacíos sobre “equidad” y “soberanía”. Señores del gobierno:

Para hablar del campo hay que haberlo pisado. No se puede legislar con olor a tinta y papel cuando lo que se necesita es olor a bosta, barro y coraje.

El ganadero no es el enemigo. Es quien alimenta al país mientras ustedes lo empobrecen con cada decreto torpe, cada importación innecesaria y cada discurso cargado de desconocimiento.

Así que, desde el corazón del campo boliviano, les decimos con toda claridad:

Déjennos trabajar. Porque mientras ustedes reparten bonos con dinero que no tienen, nosotros producimos con lo que sí tenemos: espalda, sudor y trabajo.

Alberto De Oliva Maya | Columnista