Editorial

Pepe Mujica: El disfraz amable del socialismo

La reciente muerte de José "Pepe" Mujica ha desatado una ola global de relatos, presentándolo como el "presidente más humilde del mundo", un monje laico de la política...

Editorial | | 2025-05-16 00:37:23

La reciente muerte de José "Pepe" Mujica ha desatado una ola global de relatos, presentándolo como el "presidente más humilde del mundo", un monje laico de la política que vivió en una modesta chacra, condujo un viejo Volkswagen y predicó la sobriedad en un mundo sediento de apariencias.

Pero detrás de esa fachada de austeridad campestre y frases floridas, Mujica fue mucho más que un anciano pintoresco con discurso de abuelo sabio. Fue un hombre que militó, promovió y justificó la ideología más fracasada y opresiva del siglo XX y XXI.

Basta con repasar sin romanticismos la trayectoria política de Mujica. En su juventud fue un guerrillero tupamaro, un grupo que secuestró, asesinó, robó y sembró el caos en Uruguay en los años 60 y 70, con la excusa de "luchar contra la oligarquía". En la práctica, como todas las guerrillas de la región, fueron funcionales a la desestabilización democrática, creando el caldo de cultivo perfecto para la dictadura que luego azotó a Uruguay. Los tupamaros y Mujica no luchaban por la democracia; luchaban por imponer un modelo de poder totalitario inspirado en Cuba, admirador de la URSS y del castrismo.

Convertido en presidente, Mujica jamás renunció a esa matriz ideológica. Por el contrario, fue cómplice entusiasta de Hugo Chávez, Evo Morales, Rafael Correa y del dictador nicaragüense Daniel Ortega. Mujica no solo los visitó y elogió; los justificó incluso cuando aplastaron libertades, expropiaron empresas, manipularon elecciones y persiguieron opositores. Jamás se lo vio denunciar con firmeza el genocidio económico y social de Venezuela.

Mujica fue maestro en el arte de maquillar el socialismo. Su discurso sencillo, plagado de anécdotas rurales, de frases que parecen sacadas de un almanaque de pensamientos motivacionales, lograron fascinar a jóvenes despolitizados y a intelectuales progres occidentales que encuentran en personajes como Mujica un placebo moral. Su imagen servía para esconder el fracaso obsceno del socialismo latinoamericano, mostrando una cara "simpática" del desastre.

Mujica jamás renunció al dogma colectivista. Durante su gobierno en Uruguay, el país vio aumentar el peso del Estado, creció la burocracia, los impuestos se volvieron asfixiantes y la inseguridad alcanzó niveles alarmantes. Mientras Mujica regalaba frases sobre el amor, la fraternidad y la humildad, sus aliados chavistas y castrochavistas profundizaban la ruina y la represión en sus países, con su silencio cómplice.

La fascinación mundial con Mujica es la enésima prueba de cómo la izquierda es experta en disfrazar de bondad lo que en el fondo es una maquinaria de control, pobreza y sometimiento. El socialismo no necesita líderes con uniforme militar, necesita abuelos amables que hablen de flores, de pajaritos y de la vida sencilla, mientras detrás de escena consolidan el poder, destruyen la iniciativa privada, aplastan la libertad de prensa y persiguen a los opositores. Mujica fue el maestro de esa técnica.