La economía boliviana atraviesa una de sus peores crisis de confianza en décadas. No es solo cuestión de cifras, teorías y discursos. Es una realidad palpable en la calle, en la inflación que devora salarios, en el desabastecimiento de combustibles y, sobre todo, en el alza brutal del dólar paralelo, que en dos años ha escalado un 155,7% llegando a bordear los 20 bolivianos. Es el síntoma más dramático de una tormenta cocinada en el miedo, en la incertidumbre y en la ausencia de señales claras de conducción política y económica.
Luis Arce no puede seguir mirando hacia otro lado, refugiado en un relato sin credibilidad. Si de verdad ha descartado la reelección debe actuar ahora. Tomar decisiones que devuelvan al país algo elemental: la certeza de que alguien está al mando, de que existen reglas y que hay futuro. Ya no se trata de ideologías, sino de sentido común y pragmatismo.
Las medidas urgentes no admiten dilación: liberar exportaciones, facilitar el flujo de divisas, sincerar los precios internos y eliminar los controles artificiales que solo alimentan mercados negros y escasez. El dogmatismo económico ha llevado al país a una parálisis casi total. Mientras tanto, la inflación golpea con fuerza los bolsillos de la población. El salario mínimo, que en 2022 equivalía a $us 323, hoy, al cambio del dólar paralelo, apenas roza los $us 154. En términos reales, el ingreso de los trabajadores se ha desplomado más del 50%, mientras los precios de alimentos básicos, como el café, el arroz o la carne de res, han subido hasta un 90%.
El deterioro es generalizado. Las importaciones de bienes de capital han caído un 26% en los últimos 12 meses, lo que compromete gravemente la capacidad productiva nacional. La emisión descontrolada sin respaldo productivo ha aumentado un 20% la masa monetaria, empujando aún más la inflación. El déficit fiscal alcanzó el 12% del PIB en 2024, financiado principalmente con billetes inorgánicos emitidos por el Banco Central, debilitando así la confianza en el boliviano y en la política monetaria.
El panorama político no es menos desolador. Nadie sabe si habrá elecciones limpias ni quiénes serán los candidatos. El fantasma de Evo Morales sigue sobrevolando el escenario, desafiando la ley y saboteando al propio gobierno, a la democracia y al país entero. Arce debe terminar con la ambigüedad, garantizar que Morales no sea candidato, hacer cumplir la ley sin temores y devolver al país la certeza de que la democracia no será secuestrada ni manipulada.
La oposición está lejos de ser una alternativa. No logra articular un discurso coherente, no se une, no ofrece confianza ni rumbo. Sigue atrapada en los vicios de siempre: el personalismo, el cálculo electoral, las disputas internas. Mientras tanto, la población desespera, huye al dólar, huye a la informalidad, huye al miedo.
Bolivia no puede seguir secuestrada por el desgobierno, la especulación y el miedo. Este es un llamado urgente a todos: gobierno, oposición, empresarios, sociedad civil. Necesitamos recuperar la confianza. Una señal política, una señal económica, una señal institucional clara, contundente, creíble. Si no la tenemos en las próximas semanas, el deterioro será irreversible. Y como siempre, el costo lo pagarán los que menos tienen.
El país necesita liderazgo real, valentía para tomar decisiones impopulares pero necesarias, y responsabilidad para poner a Bolivia por encima de cálculos políticos mezquinos. Sin confianza, no hay economía. Y sin economía, no hay democracia posible.