Evo Morales ha vuelto a llorar persecución política. Se declara víctima, cuando en realidad ha sido uno de los principales verdugos de la democracia boliviana. Su gobierno fue el origen de la maquinaria de represión que hoy sigue funcionando alevosamente, alimentada por su sucesor y alumno aventajado, Luis Arce.
Un reciente informe presentado por el ex defensor del pueblo Waldo Albarracín es lapidario: 267 personas perseguidas durante el gobierno de Arce, frente a 64 en la era de Evo. Los números no mienten. La persecución política no sólo no ha cesado, sino que ha empeorado.
Y aunque Arce intenta desmarcarse del legado de Morales, en la práctica ha calcado sus peores vicios: judicialización de la política, detenciones arbitrarias, abuso de la detención preventiva y criminalización de la disidencia.
El colmo del cinismo es que Evo, responsable de haber convertido al Órgano Judicial en un apéndice servil del poder político, ahora se rasga las vestiduras y posa de mártir. Cuando estuvo en el poder, su régimen persiguió sin piedad a opositores, periodistas, cívicos y hasta disidentes de su propio partido. La justicia era (y sigue siendo) una marioneta de intereses políticos.
Arce ha demostrado ser incapaz de romper con esta herencia autoritaria. Aunque critica a Morales, culpándolo de todos los males, repite exactamente las mismas prácticas represivas. Es un círculo vicioso de hipocresía y abuso de poder. La diferencia es que ahora la represión viene disfrazada de “legalidad” bajo juicios abreviados y figuras penales ambiguas como “terrorismo” o “daño al patrimonio del Estado”.
La verdadera pregunta es: ¿qué espera Arce para ordenar una amnistía general y limpiar el escenario electoral? Si de verdad quiere mostrar un cambio de rumbo, debería liberar a todos los presos políticos y cesar la persecución antes de las elecciones. Solo así se podrá hablar de una elección mínimamente democrática. De lo contrario, su discurso de renovación quedará como lo que es: retórica vacía.
Bolivia necesita un acto de grandeza política, no más excusas. Arce tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de desmontar el aparato de persecución que él mismo ha perfeccionado. Liberar a los perseguidos sería un primer paso hacia la sanidad democrática.
Evo Morales ha sido y sigue siendo un símbolo del autoritarismo disfrazado de indigenismo. Su pose de perseguido no engaña a nadie. Pero hoy, la pelota está en la cancha de Arce. Si sigue por el mismo camino, pasará a la historia no como el presidente que rompió con el abuso, sino como su continuador. La democracia no se defiende con discursos, sino con actos. Y el primer acto urgente es la libertad de todos los presos políticos.
Bolivia necesita un acto de grandeza política, no más excusas. Arce tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de desmontar el aparato de persecución que él mismo ha perfeccionado. Liberar a los perseguidos sería un primer paso hacia la sanidad democrática.