Miradas

La batalla final

Miradas | Rolando Tellería A. | 2024-11-05 00:38:04

En esa repugnante querella por la candidatura y el control de la sigla, que no tuvo salida por vías democráticas y por ello se trasladó a las calles, todo indica que la guerra al interior del Movimiento al Socialismo (MAS) está ingresando a su última batalla.

Lo que al principio parecía un teatro, luego fue ganando intensidad, hasta convertirse en una verdadera guerra con la lógica de suma cero, es decir, con la destrucción del enemigo. El evismo quiere reducir a cenizas al arcismo, y estos pretenden “eliminar” al “monstruo” que ellos mismos han alimentado y que ambiciona obscenamente retomar el poder.

En esta lógica de suma cero, a ninguno de los bandos le interesa ni le inquietan los costos. Las pérdidas que puedan sufrir otros actores o grupos de la sociedad civil ajenos al conflicto no les importan en lo absoluto. Son indiferentes frente al dolor que causan a inocentes. En el bando radical evista, la maldad es intensa en grado superlativo. Estaría presente en este comportamiento la noción de Hannah Arendt sobre la “banalidad del mal”, esa maldad natural que tenían los oficiales nazis de la SS, quienes en torturas y ejecuciones no sentían ningún remordimiento. En los bloqueos y su forma, estaría presente esa “banalidad del mal”. Después de tanto mal y daño provocado, no sentirán ningún remordimiento.

En esta guerra interna, 11 millones de bolivianos, que no tienen nada que ver en el conflicto, sufren dramáticamente las consecuencias de esta brutal medida, al punto de desencadenar una crisis humanitaria. Resulta inverosímil el escenario que provoca la ambición y obsesión incontenible de un individuo enfermo de poder, incapaz de mantenerse lejos de él.

Ahora bien, en la batalla final, en esta guerra de suma cero, donde la violencia es el principal recurso en la correlación de fuerzas, el enemigo no solo debe ser derrotado, sino también destruido.

Veamos entonces cuáles son los recursos de fuerza y las capacidades con las que cuenta cada bando.

Por un lado, el bloque radical evista, que pretende en esta última batalla no solo la habilitación, sino también la impunidad, tiene al bloqueo como su principal recurso de fuerza. Para ese fin, cuenta con un enorme contingente de jóvenes (“soldados”) afiliados a las seis federaciones de productores cocaleros. Estos, con una capacidad extraordinaria (hasta el momento de la conclusión de esta columna), mantienen cercado al departamento de Cochabamba, con 19 puntos de bloqueo.

Han salido airosos en todos los intentos de desbloqueo. Con técnicas y tácticas insurgentes, superaron a la policía. Todo indica que están entrenados para disturbios, manejo de explosivos, y también para defensa y ataque. No son “simples bloqueadores”. Han provocado hasta ahora más de 100 heridos, la mayor parte de ellos policías. Es el “ejército”, mejor dicho, el grupo paramilitar del “Estado Mayor del Pueblo”. Están dispuestos a todo. Ignoran, sin embargo, que son vilmente utilizados como carne de cañón. Como en Sacaba y Senkata, algunos de ellos serán sacrificados.

Ahora bien, los bloqueos, más allá de provocar interrupciones, según el macabro plan y el “rito del bloqueo”, deben provocar sangre, es decir, muertos. Al capitalizar los muertos, en una escalada incontrolable, calculan la masificación de los bloqueos hasta conseguir la “defunción del poder” (Quintana, dixit). Es decir, la renuncia de Luis Arce. Previo baño de sangre, pretenden el fin del poder establecido. Si se observa bien, los recursos de violencia y muerte son las principales armas. Los bloqueos, en el fondo, más que impedir el paso y tránsito de personas y productos, buscan generar eso.

Cabe preguntarse entonces cuánto tiempo más podrían sostener con éxito esta medida. Los bloqueos demandan un enorme esfuerzo de logística y recursos. Si no se les da importancia, con los sacrificios que esto supone, se desgastarían solos. Si no consiguen violencia y sangre, sus bloqueos habrán fracasado.

Por otro lado, el bloque arcista, en recursos de fuerza, cuenta con todo el poder que concede el manejo del Estado. En ese sentido, tiene de su lado a la policía y al ejército. También cuenta con la fuerza que le otorga la Constitución. Puede, en esta guerra de suma cero, eliminar y destruir al enemigo. Sin embargo, esto implicaría un gran baño de sangre, y por irónico que parezca, esa es su principal debilidad. De qué le sirve tener a la policía y al ejército si no puede utilizarlos. Si se ejercen las potestades constitucionales para defender el orden público, la confrontación será inevitable. He ahí el gran dilema.

En ese marco, el desenlace no es predecible. Si se impone Morales, en lo inmediato los enemigos serán perseguidos y apresados. Serán implacables en la venganza. Si Luis Arce no huye, podría acabar como vecino de Jeanine Añez en el panóptico de San Pedro, arrepentido de no haber destruido al enemigo cuando tenía todo el poder. Ni pensar en el futuro de la democracia. La deriva será autoritaria y de terror.

Si el vencedor es Arce, Morales (si no huye) y sus secuaces tendrían que acabar, por todos los delitos cometidos, en Chonchocoro. Arce podría, en ese sentido, catapultarse como buen candidato, por haber salvado a Bolivia de Morales, pese a su pésima gestión presidencial.

Aunque en política todo es impredecible, la batalla final definirá estos dos escenarios.