
La vida de Dian Fossey, reconocida primatóloga y defensora incansable de los gorilas de montaña, ofrece una poderosa lección sobre el delicado equilibrio que une a todas las formas de vida en el planeta.
Aunque su labor se centró en la conservación de una especie específica, su legado trasciende la biología y se convierte en un mensaje profundo sobre la salud humana, animal y ambiental como un todo interconectado.
Fossey comprendió que, para proteger a los gorilas, no bastaba con estudiarlos: había que preservar su entorno y hacer frente a las amenazas humanas que los ponían en peligro. Desde su centro de investigación Karisoke, enfrentó a cazadores furtivos, deforestadores y autoridades indiferentes.
En su lucha por la vida silvestre, Fossey se adelantó décadas a lo que hoy entendemos como el enfoque “Una sola salud”, que reconoce que la salud humana está directamente conectada con la salud animal y del ecosistema.
El contacto creciente entre humanos y fauna silvestre, producto de la urbanización, el tráfico ilegal de animales y la deforestación, ha sido identificado como un factor clave en la aparición de enfermedades zoonóticas.
El ébola, el VIH y más recientemente el COVID-19 son ejemplos de cómo la ruptura del equilibrio ecológico puede tener consecuencias devastadoras para la salud humana a nivel global.
Más allá de los riesgos epidemiológicos, Fossey nos recuerda que la salud debe entenderse en términos amplios: como la armonía entre los seres humanos, los animales y su ambiente.
Un ecosistema sano, con especies en equilibrio, aire limpio, fuentes de agua protegidas y biodiversidad conservada, reduce riesgos y garantiza calidad de vida para todos.
Educar sobre salud ya no puede limitarse a hablar de enfermedades o tratamientos. Debemos enseñar también a respetar el entorno, proteger la biodiversidad y valorar el rol que cada especie cumple en el equilibrio del planeta.
La vida de Dian Fossey nos demuestra que proteger a los más vulnerables, humanos o no, al final es protegernos a nosotros mismos.