Editorial

Tras los pasos de Argentina

La historia a veces se permite caprichos simbólicos. Como si los vientos de justicia y hartazgo hubieran soplado a ambos lados del Pilcomayo al mismo tiempo, 2025 marca...

Editorial | | 2025-06-13 00:27:55

La historia a veces se permite caprichos simbólicos. Como si los vientos de justicia y hartazgo hubieran soplado a ambos lados del Pilcomayo al mismo tiempo, 2025 marca el ocaso de dos de los regímenes populistas más corrosivos que ha tenido Sudamérica: el kirchnerismo en Argentina y el masismo en Bolivia.

Ambos nacieron en la primera mitad de los años 2000, ambos cabalgaron sobre una ola de bonanza económica global que desperdiciaron a fuerza de corrupción, abuso de poder y clientelismo. Y ambos están llegando a su fin. Pero con diferencias que merecen ser subrayadas: mientras en Argentina el monstruo ha sido derrotado por una ciudadanía que eligió cambiar de rumbo, en Bolivia la bestia sigue moviéndose, herida pero aún peligrosa.

La condena definitiva a Cristina Fernández de Kirchner no es solo una sentencia judicial: es el entierro político de un proyecto que dejó a más de la mitad del país sumido en la pobreza. Su final llega luego del triunfo de Javier Milei, un outsider que representa un grito de “basta” que resuena desde las entrañas mismas de una sociedad harta del saqueo institucionalizado. Argentina, con todos sus desafíos, empieza a ver un horizonte diferente. El kirchnerismo ha muerto. ¿Resucitará? Solo si la memoria vuelve a fallar.

  1. En Bolivia, el MAS no ha tenido aún su sentencia. Pero la podredumbre interna lo consume. Lo que alguna vez se vendió como un proyecto de reivindicación indígena y justicia social, se convirtió en un aparato mafioso de acumulación de poder y recursos. El masismo no está muriendo por el castigo de la ciudadanía ni por un proceso judicial sólido, sino por autodestrucción. Se dinamita solo, víctima de su putrefacción moral.

    A diferencia de Argentina, donde Milei surgió como una alternativa con respaldo social y vocación de ruptura, en Bolivia no hay aún un liderazgo que canalice el descontento popular hacia una reconstrucción republicana. El MAS, zombie político, aún devora instituciones, destruye la justicia, mantiene el control del aparato estatal y opera con los reflejos de una bestia que sabe que su final se aproxima, pero que en su agonía puede causar aún mucho daño.

    Argentina entierra a su pesadilla con un fallo de la Corte Suprema. Bolivia sigue atrapada en el velorio eterno de un cadáver político que nadie termina de sepultar. La diferencia es estructural: allá, las instituciones, con todas sus fallas, funcionaron. Aquí, la justicia sigue arrodillada ante el poder político, los medios públicos son herramientas de propaganda, y la ciudadanía, dividida y agotada, observa entre la resignación y la rabia.

    Pero el paralelismo histórico es claro. Kirchnerismo y masismo son dos caras de una misma moneda populista que prometió redención y dejó ruinas. Prometieron dignidad y sembraron miseria. El kirchnerismo ya está en el mausoleo. El masismo, aunque agoniza, todavía se mueve y muerde. ¿Cuánto más deberá esperar Bolivia para que este sepelio sea definitivo? ¿Cuánto más para soñar con un país donde el poder no sirva para enriquecer a cúpulas corruptas, sino para liberar el potencial de su gente?

    A diferencia de Argentina, donde Milei surgió como una alternativa con respaldo social y vocación de ruptura, en Bolivia no hay aún un liderazgo que canalice el descontento popular hacia una reconstrucción republicana.