Los cruceños fueron, desde 2006, los más firmes opositores a Evo Morales. Nunca le tuvieron fe y ahora todos sacan las mismas conclusiones: el cocalero siempre fue un delincuente. Los cruceños también fueron los más castigados y perseguidos por ejercer resistencia, sacrificio que rindió frutos en el referéndum de 2016 y las luchas de 2019, victorias que se gestaron en Santa Cruz. Fue la fuerza cívica y ciudadana de esta región la que logró la renuncia y posterior fuga de Morales. Hoy se vive un nuevo capítulo de esa guerra, cuyo desenlace debería ser, al menos, la proscripción, el enjuiciamiento y la cárcel para el ciudadano de Orinoca. Sin embargo, los laureles no se los llevarán los cruceños, a pesar de haberse ganado con creces el derecho de liderar Bolivia y encaminarla hacia el modelo que convirtió a lu región en la más próspera del país, que resistió incluso los embates y la hostilidad del masismo. Santa Cruz observa desde la tribuna y justo cuando las elecciones estaban por consolidar su liderazgo, el eje del poder vuelve al occidente, donde la disputa se reduce a una pugna entre caudillos centralistas. Quien la gane se quedará con el botín y el impulso para seguir gobernando desde el ande, arrastrando al país, una vez más, al fracaso de siempre.