El cinismo de Evo Morales raya en lo patológico. Se desmarca de los bloqueos que él mismo incubó con su obsesiva campaña por volver al poder, pero justifica las movilizaciones que han paralizado al país, causado muertes y ahogado a una economía ya asfixiada. Decir que es “enemigo de los bloqueos” mientras advierte que la “rebelión crecerá” si no se lo habilita como candidato, es una burla a la inteligencia de los bolivianos. Morales no solo niega responsabilidad, también se victimiza y pretende que la violencia surgida de sus bases es espontánea y fuera de su control. Olvida —o finge olvidar— que fue él quien convirtió al MAS en maquinaria de chantaje político, donde la protesta se volvió amenaza permanente contra la democracia si él no es el protagonista. Bolivia paga las consecuencias de su ambición sin límites: polarización, muerte, desabastecimiento, incertidumbre. Y mientras tanto, Morales insiste en que no tiene nada que ver. El país se desangra por sus caprichos, y él se lava las manos con descaro.