Tribuna

Bolivia: subiendo al podio de la corrupción mundial (y sin entrenar)

Bolivia: subiendo al podio de la corrupción mundial (y sin entrenar)
Alberto De Oliva Maya | Columnista
| 2025-06-24 00:24:50

¡Felicidades, Bolivia! Lo logramos otra vez. Un reciente estudio internacional nos ubicó como el país más corrupto de Sudamérica y el segundo más corrupto del mundo, solo detrás de una dictadura africana. No es poca cosa: se requieren décadas de esfuerzo conjunto, unidad nacional y compromiso con el robo organizado para alcanzar semejante reconocimiento.

Y lo mejor de todo: no es una percepción popular ni un rumor callejero. No, señor. Esto lo dice el prestigioso Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, que nos clavó en el puesto 137 de 180 países. En América Latina, solo nos supera Venezuela… y por poquito. Con 29 miserables puntos sobre 100, nos hemos convertido en leyenda viva del saqueo institucionalizado.

Para los bolivianos no es sorpresa. La noticia solo confirma lo que sentimos cada vez que hacemos un trámite, denunciamos un delito o vemos cómo un político “pobre” entra al poder y, en tres meses, se vuelve dueño de estancias, bancos, fábricas, universidades y hasta canales de televisión. La novedad es que ahora el mundo también lo sabe. Bolivia ya no solo exporta cocaína y discursos progresistas, también exporta corrupción en estado puro. Pronto nos pedirán consultorías.

Tener un pasaporte boliviano será —si no lo es ya— un motivo suficiente para ser visto como sospechoso: corrupto, narco o, directamente, un parásito estatal. En pocas palabras, el gentilicio se volvió sinónimo de “masista HDP y traficante con sueldo público”.

Solo nos falta que nos impriman un número en el pecho, como a los ciclistas, y nos pongan un parche de “campeones de la corrupción regional”, listos para disputar el Mundial de la Infamia con países como Sudán del Sur o Siria. Aunque claro, en el MAS, y especialmente en la familia del presidente, sus hijos y sus socios, este “logro” será motivo de orgullo y celebración. Posarán en la foto con medalla incluida.

Ahora bien, seamos serios (solo un momento): ¿esto es culpa únicamente de Evo Morales y Luis Arce durante los últimos 20 años? ¿O será que la corrupción en Bolivia es más vieja que el propio Estado Plurinacional?

Vayamos por partes. La podredumbre política comenzó a institucionalizarse a partir de los años 80. Aquel “glorioso” período en el que Jaime Paz Zamora, desde la vicepresidencia junto a Hernán Siles Suazo, nos llevó a una hiperinflación tan absurda que el dólar cambiaba de valor mientras uno hacía cola para comprar pan. Aquellos años dejaron un país destruido, pero también a varios “compañeros” miristas bien parados económicamente. Y no olvidemos el mejor chiste de la época, cuando todos decían: “¿Cómo puede un culito tan chico como el del Conejo Siles cagar un país tan grande como Bolivia?”. Digno de exportación. O aquel otro, de que le iban a entregar el premio Nobel de Ingeniería a Jaime Paz por haber construido una casa a punta de harina.

Después vino la era de “reconstrucción” con Víctor Paz Estenssoro, que aplicó las recetas del FMI con bisturí y motosierra. Pero claro, cuando el país ya respiraba, volvieron los muchachos del MIR, esta vez con Jaime Paz Zamora de presidente. Y aquí empieza la fiesta empresarial.

Fue durante su gestión (1989-1993) que se inició el carnaval de privatizaciones, disfrazadas de “modernización del Estado”. Se vendieron 34 empresas públicas medianas y comenzaron las licitaciones a medida. Fue también durante esta época que un joven y despierto Samuel Doria Medina encontró la oportunidad perfecta: se hizo con acciones de la cementera SOBOCE, en una operación que hasta hoy genera más preguntas que respuestas. Así, el muchacho pasó de político de escritorio a magnate del cemento. Un pionero del “emprendedurismo estatal”, digamos.

Y por si faltaba más, en esos años apareció el famoso “decreto del arrepentimiento”, que permitió que al menos una decena de narcos se entregaran, evitando la extradición a EE. UU., y que, tras unos años en prisión VIP, salieran con las fortunas intactas. Algunos incluso tienen hoy bancos, propiedades ganaderas y agrícolas, y hasta programas de televisión. ¡Qué maravilla de reinserción social!

Luego llegó Sánchez de Lozada y su propuesta de capitalización. Y otra vez, se vendieron empresas públicas a precio de gallina enferma. No faltaron los amigos del MNR que se hicieron ricos de la noche a la mañana: universidades privadas, casinos, telefónicas, embotelladoras… Un paraíso para el reciclaje político-empresarial.

Después vino Banzer y, con él, una nueva generación de políticos-terratenientes. Entre ellos el joven Tuto Quiroga, que heredó la presidencia por muerte natural de su mentor. Desde entonces, vive del Estado como expresidente a tiempo completo. Muchos de sus allegados, en cambio, aprovecharon la ocasión para montar bancos, comprar estancias, abrir negocios, todo con fondos que supuestamente no existían en el Tesoro. Milagros económicos versión boliviana.

Llegamos al siglo XXI con Carlos Mesa, el intelectual que vendió la vicepresidencia para luego “sorprenderse” de que Goni fuera impopular. Gobernó con aires de superioridad moral, pero con pactos bien calculados. Y, al final, renunció dejando el campo minado.

Y así llegamos al MAS. Primero Evo, el “no corrupto” que gobernó como un emperador andino, rodeado de operadores que saquearon el país a gusto. Contratos amañados, novias con empresas millonarias, casos CAMC, la justicia al servicio del partido, persecución selectiva, bonanza evaporada… Todo esto con una narrativa de “defensa del pueblo”. El colmo fue cuando en 2019, tras un fraude descubierto, huyó dejando el país en caos.

¿Y qué vino después? Jeanine Áñez y su breve pero suculento interinato. Una gestión de 9 meses donde robaron como si tuvieran 9 años por delante. Ministerios a dedo, negocios turbios, respiradores con sobreprecio, decretos a medida… La derecha probó que también sabe saquear cuando quiere.

Hoy, con Luis Arce, solo se perfeccionó el sistema. El discurso económico de Harvard y Oxford sirve para tapar contrataciones entre amigos, créditos que desaparecen y una justicia absolutamente funcional al partido. Oh mar, lo MAS.

En resumen: Bolivia no es un país corrupto. Es una fábrica de corrupción. Y si la comunidad internacional aún no nos ha declarado oficialmente un narcoestado, es porque están esperando a que saquemos una Constitución que lo admita.

Mientras tanto, nos preparamos con humildad y convicción para ganar ese trofeo: “Campeón Mundial de Corrupción 2025”. Con desfile incluido.

Porque acá no se gobierna… se factura.

Alberto De Oliva Maya | Columnista