
Anna
Freud conversa —como puede— con su médico, en los pasillos del lenguaje
perdido.
Médico (con voz suave y portapapeles en mano):
—Señorita Freud, buenos días. ¿Cómo
amaneció hoy?
Anna
Freud (mirada aguda, leve movimiento de cejas,
balbuceo frustrado):
—…Ma… ma… mah…
Médico (sonríe con respeto):
—Ah, perfecto. Supongo que eso fue un
"más o menos". ¿Lo interpreté bien?
Anna (rueda los ojos con elegancia freudiana):
Toma
un lápiz y escribe lentamente:
—“Eso fue sarcasmo. Usted es peor
que mi padre en su fase oral.”
Médico:
—¡Ah,
excelente! Aún tenemos ironía. Eso es un síntoma de preservación del yo
superior. Lo anoto como signo clínico positivo.
Anna (con una mueca contenida):
Escribe:
—“¿Y usted cuándo desarrollará
empatía como mecanismo de defensa?”
Médico:
—Toca donde
duele, Anna. ¿Le cuento un secreto? Desde que usted se quedó sin palabras, sus
silencios me han dicho más que todos los congresos de neurología a los que he
asistido.
Anna (golpea el lápiz contra la mesa como si fuera un bastón simbólico):
Escribe
con esfuerzo:
—“A veces perder el habla es la
única forma de lograr que los demás escuchen.”
Médico (mirando al techo):
—Anotado. "La afasia como resistencia al ruido del mundo moderno".
Puede que haya tesis en eso. Usted sigue siendo una Freud hasta el final.
Anna (señala su bata con una sonrisa torcida):
Escribe:
—“Y usted, ¿sigue disfrazado de
médico o ya aceptó que es un cuidador con títulos?”
Médico (se ríe):
—Touché.
Lo admito: hace días que no curo nada. Solo acompaño. Limpio lágrimas, leo
entre líneas, hago café con manos temblorosas. Y aprendo a callar a tiempo.
Anna (lentamente):
Escribe
con trazo firme:
—“Eso también es terapia.”
Médico:
—¿Sabe, Anna? A
veces, cuando la veo luchar para escribir una palabra y no rendirse, siento que
el psicoanálisis se transformó en acto. Usted ya no interpreta sueños. Usted es
el sueño de quien no se rinde.
Anna (mira fijo, cierra el cuaderno, aprieta su mano con la suya):
(...sin
escribir nada.)
Médico (en voz baja):
—Y eso también se entiende. Sin
palabras…
El
que ausculta palabras
Donde el bisturí no llega, va la letra.
A veces, la dignidad no está en la
elocuencia, sino en el esfuerzo silencioso de seguir siendo uno mismo.
Esta entrevista nunca ocurrió. Pero bien
podría haber sucedido, en algún rincón donde el lenguaje ya no fluye… y el alma
aún insiste.