Evo Morales ya no necesita ser candidato. Si logra consolidar al Chapare como una zona de exclusión, sin elecciones, sin Estado, sin ley, habrá ganado mucho más: será emperador vitalicio de un territorio donde no rige la Constitución, no entra la Policía y el poder lo imponen las armas y la cocaína. En el Chapare no hay derechos humanos, ni democracia, ni justicia. Hay linchamientos, bandas criminales, amenazas, expulsiones y control absoluto. El Estado ha sido echado a patadas. Ni la Policía ni el Ejército se atreven a volver sin “garantías”. Una ironía dolorosa: los encargados de garantizar seguridad ahora piden seguridad para actuar. Ese territorio ya no es parte de Bolivia. Es el imperio de Evo. Su reino. Su premio mayor. Lo más peligroso no es que Morales reine allí. Es que otras regiones lo vean como modelo: Yapacaní, el norte cruceño, el altiplano. Zonas que también viven del narcotráfico y ven en la anarquía una forma de poder. Si el Chapare se consolida, Bolivia entera corre el riesgo de fragmentarse.