Bolivia está a punto de votar otra vez, y el mayor peligro no es equivocarse, sino votar por costumbre. A poco más de treinta días del 17 de agosto, la mayoría sigue parada frente a la boleta como quien mira un menú en chino. Nadie sabe a quién darle el voto, en quién confiar ni si esta vez saldremos del pozo o cavaremos uno más hondo. Y lo peor: pareciera que a muchos ya les da lo mismo.
No debería. Lo que está en juego no es solo quién se sienta en la silla presidencial. Lo que se decide es si Bolivia seguirá secuestrada por un aparato político mafioso que se ha tragado veinte años de país, como rata gorda en silo de maíz.
En la boleta hay de todo:
● Los reciclados, que antes se vestían de azul y hoy se pintan de “nueva alternativa”.
● Los tibios, que se dicen “centro” pero no tienen el coraje de decir lo que piensan.
● Los mismos caudillos de siempre, con discursos recalentados y sonrisas falsas.
Y en medio de esa comparsa, brillaba Jaime Dunn. Un outsider liberal con programa claro, discurso frontal y, sobre todo, sin cola de paja. Y eso, en Bolivia, es un pecado. Porque un candidato sin cuentas pendientes es lo más temido por la casta política. Por eso lo inhabilitaron, con la precisión quirúrgica de una dictadura disfrazada de democracia.
¿La razón? Supuestas deudas con el Estado que ya había pagado. Pero cuando se quiere borrar a alguien del mapa, siempre se encuentra un sello borroso, un papel mal archivado o un funcionario servil. Dunn era un peligro para el MAS y para toda esa fauna que lleva dos décadas mamando del poder.
Era el único capaz de unir a la derecha real, a la clase media harta, a los empresarios honestos y a los jóvenes que no quieren terminar en el Chapare aprendiendo a pisar coca. Así que lo sacaron del juego antes de que llegue con la escoba.
¿Y ahora qué queda? Pues queda Tuto Quiroga.
El político de verbo rápido, memoria prodigiosa y estadísticas para dormir caballos. El que te cita cifras, fechas y nombres con precisión suiza. El último liberal en pie, con un programa casi gemelo al de Dunn: libre mercado, apertura económica, Estado pequeño pero firme, y mano dura contra la mafia del Chapare.
Pero Tuto tiene un problema: es de la vieja guardia. Aunque lo niegue, carga sobre sus hombros el pasado. Y en Bolivia, el pasado pesa más que el plomo. Muchos lo ven y piensan: “Este ya tuvo su oportunidad.” Y, seamos honestos, no es carismático. Su estilo de profesor enojado no conecta con un electorado que, aunque necesita orden, también quiere empatía.
Aun así, hay una verdad incómoda: Tuto es el único candidato habilitado que representa una ruptura real con el MAS. Y si no votamos con estrategia, corremos el riesgo de terminar eligiendo a sus clones disfrazados de “nueva política”.
Más adelante analizaremos uno a uno a los candidatos. Y se verá por qué Samuel, por más marketing que tenga, no es quien puede enfrentar al Socialismo del Siglo XXI.
Hay que dejarlo claro: votar por rabia, por despecho o solo para “protestar” es un lujo que Bolivia ya no puede darse. Esta elección no es para jugar a la revolución ni para castigar al sistema. Es para sacar del poder al narcotráfico, a la corrupción, al abuso y a toda esa jauría que ha descompuesto los valores de una nación entera.
En las próximas columnas voy a desnudar a todos los candidatos: quiénes son, qué traen entre manos y qué padrinos oscuros los financian. Porque si seguimos votando por costumbre, o por el discurso populista más chillón, vamos a entregarle el país en bandeja de plata a los mismos que ya lo devoraron.
El voto útil no es un eslogan. Es la última barricada que nos queda para salvar lo poco que aún no nos han quitado. Y si a alguien le molesta… que se ofenda. Porque lo que pienso y callo es todavía peor.