Tribuna

Samuel Doria Medina: El socialista de los mil disfraces

Samuel Doria Medina: El socialista de los mil disfraces
Alberto De Oliva Maya | Columnista
| 2025-07-30 06:44:19

“Ser o no ser… socialista”, hubiera dicho Hamlet si hubiera nacido en Achumani y comprado su primer millón con decretos supremos. Pero no, en Bolivia no tenemos tragedias shakesperianas; tenemos tragicomedias con gusto a cemento húmedo, hamburguesas recalentadas y conferencias de prensa donde se intenta explicar que ser vicepresidente de la Internacional Socialista no te hace socialista… así como tener sotana no te hace cura. Pero al menos, no lo niegas con tanta torpeza.

En esta tierra bendita de contradicciones, hay un personaje que se destaca por encima de todos: Samuel Doria Medina, el empresario que no quiere que lo llamen político, el político que no quiere que le recuerden su ideología y el socialista que insiste en que ser socialdemócrata es como ser vegetariano que solo come jamón light.

Samuel es ese señor que, en cada elección, se reinventa. Un día es constructor de la patria; al otro, un mártir económico; luego, un millonario generoso; y al final… un incomprendido liberal atrapado en el cuerpo de un socio del Foro de São Paulo. Suena a ficción, pero en Bolivia es biografía. Como quien diría: ¡esto es increíble!

Podríamos denominarlo el empresario sin Estado… pero con Estado, ya que es de los pocos “millonarios” que nos repite sin rubor que su fortuna es fruto del esfuerzo, que nadie le regaló nada, que se fajó en los negocios. Claro… excepto cuando compró una cementera quebrada gracias a la venia del Estado, al uso y abuso de poder cuando era autoridad gubernamental; la misma empresa que reflotó con recursos públicos y cuyas acciones luego vendió a precio de exportación sentimental. Excepto cuando se llenó la boca con la palabra “privatización” sin decirnos si hubo o no comisiones, asesorías o silencios oportunos.

Excepto cuando se vendió como “patriota” mientras bancaba campañas de presidentes que sí reconocían ser de izquierda y que firmaban con tinta roja… y tinta verde: la del narco.

Y ahora, como si nada, aparece en escena con una sonrisa Colgate diciendo que “jamás apoyaría a un socialista radical” y que “odia a los masistas”. Claro. Porque lo de él no es radical: es socialismo boutique. Ese que se disfraza de emprendimiento pero cobra subsidios estatales; ese que critica al MAS pero baila con la Internacional Socialista; ese que se dice capitalista pero invierte más en influencias que en innovación, y compra sociedades a futuro con quienes le prometen miles de millones de dólares de inversión.

El político que no quería ser… pero no suelta el micrófono. Dice que no le gusta la política, pero se ha presentado a más elecciones que un reguetón en TikTok. Quiere salvar al país, pero solo si le toca a él. No confía en los políticos, pero arma alianzas con sus viejos camaradas: esos mismos políticos estúpidos que no pudieron antes y no podrán ahora, ya que lo único que piensan es en seguir haciendo negocios. Ya no con la choca presidente, sino con el gordito millonario. Quiere el voto del pueblo, pero le fastidia tener que explicarse ante él.

Y cuando las encuestas lo favorecen (pagadas, según sus rivales, por sus propias fundaciones), las celebra con “humildad”… tanta humildad que ya se cree presidente sin haber ganado ni una sola elección nacional.

El verdadero representante de la Internacional del Cinismo. Y su detalle más hilarante —y a la vez más trágico— es que su ferviente adhesión a la Internacional Socialista no quiere que se conozca, aun con evidencias.

Pero no se preocupen, él lo explica y pretende que se le crea diciéndonos que “ya no es lo que era”, que ahora es más “centro”, más “moderna”, más “liberal progresista”. Es decir, un club de exzurdos que ahora prefieren el sushi al choripán, pero que siguen creyendo que el Estado debe ser el papá de todos… aunque a algunos les dé más propina que a otros.

Y mientras tanto, en los barrios, en las provincias, en las redes sociales, la gente busca desesperadamente a alguien que no sea parte de la estafa ideológica. Porque ya entendimos el truco: cambiarse de camisa no te hace limpio. Cambiar de discurso no te hace diferente. Cambiar de partido no te hace confiable.

¿Entonces… hay opción? Sí. Y es la más incómoda para todos los progresistas reciclados: Tuto Quiroga. El único que, con todos sus defectos y contradicciones, no viene de la escuela del saqueo, no abrazó el socialismo ni de joven ni de viejo, y no se escuda en maquillajes ideológicos. Es el único que no se arrodilló ante Evo, que no firmó contratos con el diablo, y que no hizo de la política una empresa con fines de lucro.

¿Perfecto? No. ¿Impoluto? Tampoco. Pero es el único que no intenta ser algo que no es. En un mundo de farsantes, eso ya es revolucionario. Así de fácil: al no haber otro liberal en carrera, no queda otra que aceptarlo y votar por él.

Así que, querido lector, como diría el príncipe de Dinamarca: ¿ser o no ser? ¿Ser libre o seguir siendo esclavo de la mentira? ¿Ser parte de un cambio real o del circo de siempre? ¿Ser ciudadano con memoria o masoquista electoral?

Y sobre todo: ¿seguir aplaudiendo a quienes solo saben aparentar… o comenzar a votar por quienes al menos no nos mienten en la cara?

Porque ya basta de lobos con corbata liberal. Ya basta de millonarios humildes con corazón de burócrata. Y basta, por favor, de socialistas de clóset con discurso empresarial.

Si vamos a elegir, que sea con conciencia, con memoria… y con ironía, carajo. Porque de farsas, ya tuvimos veinte años.

Alberto De Oliva Maya | Columnista