
(Lima, año 1616. Consultorio improvisado en un rincón de su casa, porque para qué ir a un hospital si en la época es básicamente un cuarto con olor a hierbas y resignación.)
Médico: Bien, señora Rosa… o ¿prefiere “Santa”?
Santa Rosa: Aún no me canonizan, doctor, pero adelante, dígame Rosa… o “la que no sabe lo que es una siesta desde los 12 años”.
Médico: Entiendo… Veamos… usted dice que no come más que pan y agua durante días, duerme sobre una tabla, se coloca una corona de espinas en la cabeza… ¿y ahora se sorprende de tener fiebre, tos y debilidad?
Santa Rosa: Ay, doctor, eso no es debilidad, es mortificación voluntaria.
Médico: Ah, claro… en ese caso no se preocupe, la tuberculosis no va a interrumpirle la penitencia… más bien la va a “potenciar”.
Santa Rosa: Perfecto, porque el sufrimiento es el camino a la santidad.
Médico: Bueno, en ese caso, ¡felicidades! Está en el camino exprés. En esta época la tisis es la vía rápida al cielo, sin peaje.
Santa Rosa: ¿Y qué me receta?
Médico: A ver… tenemos dos opciones:
1. Sangrías y jarabes de hierbas que saben a demonio y no
curan nada.
2. Aire fresco y sol, que básicamente es decirle “vaya afuera a morir con vista bonita”.
Santa Rosa: El aire fresco me gusta… más si es para ofrecer mi vida a Dios.
Médico: Claro, aunque en realidad lo que me gusta es que no muera adentro y me contagie a todos los pacientes… si así se les puede llamar.
Santa Rosa: Doctor, ¿usted no cree en el valor del sacrificio?
Médico: Créame, en esta profesión veo sacrificio todos los días… casi siempre de los pacientes, porque los médicos sobrevivimos a base de vino y suerte.
Santa Rosa: Pero no entiende… yo busco unirme al sufrimiento de Cristo.
Médico: Ah, sí, eso lo he escuchado de varios… aunque normalmente ellos no se ponen coronas de espinas por iniciativa propia.
Santa Rosa: Pues yo sí, y no me arrepiento.
Médico: Bien, Rosa, se lo digo con cariño: siga así y para la próxima Semana Santa ya estará haciendo procesiones desde el cielo.
Santa Rosa: ¿Y qué hay de mi diagnóstico?
Médico: Tuberculosis. Es la enfermedad de moda, muy popular entre poetas, monjas y gente que piensa demasiado. Le da ese toque pálido y romántico que tanto fascina a los pintores.
Santa Rosa: Entonces, doctor, ¿me va a curar?
Médico: Curarla… no. Acompañarla… sí, pero desde lejos y con una bufanda en la cara.
Santa Rosa: Me basta. Mi meta no es curarme, es santificarme.
Médico: Pues enhorabuena, Rosa… porque en este siglo, la línea entre morirse y ser santa es muy fina. Y usted la está cruzando con paso firme.
El que ausculta palabras… donde no llega el bisturí, va la
letra