Editorial

¿La hora de Maduro?

Desde hace más de una década, la pregunta sobre la caída de Nicolás Maduro se repite como un estribillo que nunca se consuma. Desde las protestas masivas de 2014 y 2017...

Editorial | | 2025-08-16 07:03:57

Desde hace más de una década, la pregunta sobre la caída de Nicolás Maduro se repite como un estribillo que nunca se consuma. Desde las protestas masivas de 2014 y 2017, pasando por el reconocimiento internacional de Juan Guaidó en 2019, hasta la presión de sanciones económicas y aislamiento diplomático, se han anunciado innumerables veces sus “últimos días”. El hombre que heredó el poder de Hugo Chávez sigue aferrado al poder, blindado por el control absoluto de las Fuerzas Armadas, la cooptación institucional y un aparato represivo que convierte la disidencia en un acto de alto riesgo.

Hoy, con la recompensa récord de 50 millones de dólares ofrecida por Estados Unidos por su captura —superior a la que se ofreció por Osama bin Laden—, la pregunta resurge: ¿es esta vez diferente? La incautación de 700 millones de dólares en bienes vinculados a Maduro, junto con la designación del Cartel de los Soles como organización terrorista internacional, elevan la presión a niveles inéditos. Washington ya no se limita a sanciones económicas: retrata al gobernante como un capo del narcotráfico y lo coloca en el mismo plano que líderes criminales de alcance global.

Durante su primer mandato, Donald Trump endureció las sanciones, reconoció a Guaidó y generó expectativas de una pronta salida del chavismo. Pero la estrategia se diluyó entre gestos ambiguos y negociaciones discretas, como el regreso de Chevron a explotar crudo venezolano o el intercambio de prisioneros. La política hacia Caracas ha oscilado entre presión máxima y pragmatismo, lo que ha permitido a Maduro ganar tiempo, oxigenar sus finanzas y recomponer alianzas internacionales.

Aun así, la estrategia de EE.UU. tiene efectos acumulativos. El aumento de la recompensa encarece el costo político y personal de ser parte del círculo madurista, complica la movilidad internacional del líder y erosiona la confianza de sus aliados. Además, incentiva que excolaboradores —militares, operadores financieros, diplomáticos— se conviertan en informantes. Si algo puede quebrar el sistema, será una implosión interna alimentada por presión judicial y económica, no una intervención externa.

El otro frente es geopolítico. Maduro ha sobrevivido gracias al respaldo de Rusia, China, Irán y Turquía, que lo ven como un aliado útil para desafiar la hegemonía estadounidense. Pero un aumento del riesgo personal —viajes, capitales, seguridad familiar— podría forzar ajustes en esas relaciones. Si el costo de protegerlo supera los beneficios, incluso sus aliados más firmes podrían optar por una salida negociada.

En definitiva, el “ahora sí” que tantas veces se ha proclamado no está garantizado. Pero la coyuntura actual marca un salto cualitativo en la ofensiva internacional contra el chavismo. La recompensa sin precedentes, el bloqueo de activos y la clasificación del Cartel de los Soles como red terrorista crean un escenario donde la impunidad de Maduro ya no es absoluta.

Los regímenes autoritarios no caen cuando la comunidad internacional lo desea, sino cuando se erosionan sus pilares internos. Hoy esos pilares siguen firmes, pero las fisuras comienzan a expandirse. Tal vez no estemos ante la caída inmediata, pero sí ante el momento en que el reloj de Maduro empieza a contar de verdad hacia atrás.