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Rodrigo Paz y Edman Lara ya no disimulan su apego al MAS

Promesas populistas y alianzas incómodas que auguran repetir la receta destructiva del masismo en Bolivia.

Edman Lara junto al concejal del MAS, José Quiroz y el dirigente del transporte, Bismark Daza.
| Redacción El Día | 2025-08-22 12:33:00

La campaña rumbo a la segunda vuelta presidencial en Bolivia dejó en evidencia un hecho que ya pocos disimulan: Rodrigo Paz y su compañero de fórmula, Edman Lara, se han convertido en herederos políticos de la estrategia populista del Movimiento Al Socialismo (MAS).

El binomio del Partido Demócrata Cristiano (PDC), que sorprendió al imponerse en primera vuelta con el 32,06% de los votos, comenzó a tejer alianzas con sectores sociales históricamente afines al evismo. El espaldarazo más evidente llegó en Santa Cruz, donde Lara fue recibido con guirnaldas en un ampliado de transportistas junto al concejal masista José Quiroz.

En ese acto, Quiroz no dudó en presentarlo como “hombre del pueblo” y “defensor de los pobres”, un discurso calcado del libreto del MAS. La escena dejó al descubierto lo que muchos temían: que el PDC y el masismo, pese a sus roces pasados, hoy caminan hacia un mismo horizonte.

Rodrigo Paz, por su parte, no ocultó su disposición a dialogar con el presidente Luis Arce, a diferencia de su rival Jorge Tuto Quiroga, que rechazó cualquier encuentro. El tono conciliador de Paz y la predisposición a acercarse al oficialismo refuerzan la percepción de que su proyecto político es, en esencia, una reedición maquillada del masismo.

El propio Evo Morales, en sus últimas intervenciones, reconoció que Edman Lara le “robó el programa”, casi como una confesión involuntaria de la sintonía ideológica. Para Tuto Quiroga, ese acercamiento responde a un “premio consuelo” con el que el MAS busca mantener incidencia política, aun habiendo sido derrotado en las urnas.

Las promesas de Lara confirman esta línea. El aspirante a la vicepresidencia ofreció acceso directo a universidades y academias militares para los jóvenes que cumplan el servicio militar, titulación gratuita en universidades públicas y privadas, subsidios de lactancia de Bs 2.400, laptops para estudiantes, aumentos salariales para maestros y policías, y una Renta Dignidad de Bs 2.000 para los adultos mayores.

Ese catálogo de ofertas, calificado por analistas como una feria de dádivas insostenibles, reproduce la fórmula clásica del populismo: regalar beneficios inmediatos sin explicar cómo se financiarán ni cuál será el costo para las arcas estatales. Una receta que ya llevó a Bolivia al borde de la crisis fiscal bajo el masismo.

En Santa Cruz, Lara incluso agitó fantasmas sobre la aplicación Yango, a la que vinculó con “organizaciones delictivas extranjeras”, un discurso que mezcla alarmismo con un enfoque extractivista que recuerda a las viejas cruzadas masistas contra la inversión privada.

Las redes sociales tampoco tardaron en pasar factura. Los propios seguidores de Lara comenzaron a difundir sus videos de campaña, recordándole cada una de sus promesas sin sustento, lo que expone la fragilidad de su propuesta frente a un electorado cansado de discursos fáciles.

El acercamiento de Rodrigo y Lara al MAS no es un mero cálculo electoral; parece más bien la revelación de una coincidencia estructural en su manera de entender la política: el populismo como motor de poder. El problema es que Bolivia ya conoce demasiado bien las consecuencias de ese modelo.

La segunda vuelta del 19 de octubre no solo definirá quién ocupará la presidencia. También será una elección entre dos visiones de país: la que busca romper con el ciclo de promesas inviables que endeudan y destruyen al Estado, y la que amenaza con perpetuarlo bajo nuevos rostros, pero con el mismo guion.

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