No es fácil definir si el resultado de las elecciones fue, sobre todo, un logro de los candidatos o la expresión de una renovada preferencia ciudadana, condicionada por el pasado reciente. Tampoco es sencillo identificar los aspectos que predominaron ni cuáles pesan más. El hecho es que sucedió.
El resultado dejó frente a frente al candidato neoliberal, con su listado de propuestas de libre mercado, y al otro candidato, todavía sin suficiente convicción ni doctrina, aunque con un fuerte discurso emocional, como portavoz de una generación “más joven”, a quien muchos votantes consideran, además, como la alternativa que les permite abandonar con sigilo su militancia, después de haber sido autores y encubridores de los hechos que la nueva mayoría dice repudiar.
Sin embargo, el suceso electoral invita a deambular en busca de una respuesta: ¿cuál fue la causa raíz de semejante viraje? Cerca de un millón de votos migraron en cosa de tres semanas. Desde otro punto de vista, los finalistas representan dos perspectivas día a día: Alianza Libre, capitalista, antiestado y empresarial, anuncia que traerá los dólares prestados por el Fondo Monetario Internacional (FMI). La segunda opción, el Partido Demócrata Cristiano (PDC), orientado hacia una visión popular —“el capitalismo para todos”— propone recortar egresos, evitar más endeudamientos y llevar adelante una agenda distributiva de ingresos 50/50. Esta sigla política recibe el apoyo de una clase media que pretende mantener vigencia dentro de un protagonismo basado en la informalidad. Y, como siempre, está la expectativa de los defraudados, entre los que se escabullen los pobres: aquellos que viven mal, pero siguen rellenos de promesas.
Quedan siete semanas para que los programas del futuro gobierno tomen su versión final. Al mismo tiempo, avanza la negociación para conseguir alianzas que no serán por caridad ni simpatía, sino diálogos entre políticos, no de franciscanos ni de monjitas de la caridad. Aunque se anuncie apoyo con desprendimiento, en la realidad no será así. Ambos frentes desplegarán su conquista con armas nobles e innobles, pues los jefes de campaña y los negociadores no salen de un santoral.
¿Habrá oposición en el Parlamento? ¿Cómo será y a través de quiénes? El MAS, un híbrido de socialismo a la boliviana, quedó afuera. ¿Qué sucederá con ese liderazgo intacto que promueve el desorden y la anarquía? ¿Será que el narcotráfico ya no perfora el poder y abandona los pasillos de la gobernanza?
Los optimistas celebran el veranillo de la victoria y se inclinan a decir que de ahora en adelante todo saldrá bien —los arrebata el entusiasmo del “debe ser”—. Los que dudan dicen ser neutrales, y los pesimistas, acostumbrados a romper ilusiones y destruir esperanzas, opinan que falta mucho y que es difícil que el país tenga garantía de éxito. ¿Qué sucederá en las calles, en los caminos y en las instituciones todavía en poder del exgobierno?
Vaticinios precipitados son contraproducentes. Tampoco es oportuno mezclar el mundo de los posibles ni definir realidades solo por la ansiedad y el deseo.