Mil veces escuché a mis padres, a mis abuelos, a mis tíos repetir: “en los tiempos de la UDP”. Y uno ya sabía lo que venía: la historia de cómo había que cargar bolsas llenas de billetes para comprar un litro de leche, o cómo al pagar sueldos se subían a la camioneta y se sentaban atrás para que no se volaran los fajos de plata. No, no eran ricos. Era la hiperinflación galopante. Un billete no valía nada. Pero esa pesadilla, para los que tienen memoria corta, no empezó con la UDP: Bolivia ya venía en crisis durante las dictaduras. Más de cinco años de déficit, deuda y caída productiva. Y en 1982, al recuperar la democracia, se presentó la elección: un cambio radical o la ilusión de la gradualidad. El país eligió la UDP, “100 días para salvar Bolivia”, medidas tibias con rostro de social, como le gusta a la izquierda “democrática”… y con eso inició el camino al abismo.
En 1985, cuando el país estaba técnicamente quebrado, se asumió la realidad. El Decreto 21060 fue el punto de quiebre. Bolivia se nos moría en serio, no era un capricho, ni una receta importada: era la única salida posible para detener la hiperinflación más alta del mundo y rescatar a Bolivia del colapso.
Ese decreto cortó de raíz la maquinita de imprimir billetes que destruía los salarios. Frenó en seco la inflación, estabilizó la moneda y devolvió un mínimo de certeza a las familias que habían perdido todo. Pero no solo fue eso: significó abrir la economía al mundo, atraer inversión, desmontar el estatismo que había asfixiado al país y sentar las bases para que Bolivia vuelva a producir.
No fue indoloro: hubo costos sociales, desempleo y protestas. Nadie lo niega. Pero la alternativa era peor: seguir en la ruta de la demagogia que ya había acabado con los ahorros y condenado a millones a la miseria. El 21060 significó elegir entre un sacrificio momentáneo o la muerte definitiva del país como Estado viable. Esa es la verdad histórica: con todas sus durezas, permitió que Bolivia siguiera existiendo.
Han pasado cuarenta años, y pareciera que estamos reviviendo la misma historia: dictadura, modelo fracasado, crisis económica. Otra vez, el populismo nos llevó al borde del abismo, como si no hubiéramos aprendido nada.
En ese entonces, desde el Senado se jugó un papel decisivo para salvar a Bolivia del colapso. Hoy, los bolivianos vemos en Branko a un senador con el coraje político y la claridad de ideas necesarias para defender la libertad y evitar que el país se convierta en otro Estado fallido. Ahora necesitamos también un gobierno que acompañe ese rumbo, que asuma la misma responsabilidad histórica. Esa decisión está en manos de todos los bolivianos: con nuestro voto definiremos el modelo de país que queremos para el futuro.
La pregunta es si esta vez vamos a reaccionar
antes.
¿Y si esta vez salvamos la economía antes del
derrumbe definitivo?
¿Y si esta vez no esperamos al colapso?
¿Y si esta vez nos saltamos la UDP y vamos
directo al cambio radical?