Seguramente Percy Fernández, desde donde esté, ha estado escuchando todo lo que se ha dicho de él en estos días. En la televisión, en los actos públicos, en las calles: el mejor alcalde, el gran constructor, el hombre de servicio. Se ha resaltado que dedicó seis gestiones completas a la Alcaldía y que dejó más de 50 mil obras. Sin duda, se habrá sorprendido del valor que hoy se le da a su legado, a su estilo franco, a esa entrega total a la función pública. Él mismo solía decir que ser alcalde de Santa Cruz era “mucha dosis”. Y lo fue. Transformó la ciudad con infraestructura y servicios, con un sello personal que mezclaba cercanía y carácter fuerte. Seguro también, que, fiel a su estilo, se habrá puesto a renegar desde el más allá, reclamando con su lenguaje bien camba cómo el mismo pueblo que lo aclamaba pudo ser tan “cotudo” al elegir a un sucesor tan incapaz, un “tongo”, como diría él. Tal vez no descanse en paz hasta que los cruceños aprendan a reconocer y elegir a verdaderas autoridades. Porque, para la historia, un alcalde como Percy fue —y seguirá siendo— mucha dosis.