La larga espera hacia la segunda vuelta electoral se ha vuelto insoportable. El país está al borde del colapso, no hay diésel, la campaña agrícola está en peligro, la economía está estancada y la gente ya no soporta ni un discurso más de Luis Arce hablando del “legado enorme” que está dejando y que “lo vamos a extrañar”. Es un insulto a la inteligencia, un martirio escuchar semejante sarta de mentiras de un incapaz que se va dejando ruinas.
Si escuchar al oficialismo es tortura, lo de la campaña electoral no es mejor. El “capitán” Lara insultando a medio mundo, prometiendo bonos, subsidios y amenazas hacia su compañero. Rodrigo Paz intentando defenderse como si fuera oposición dentro de su propia fórmula. Y Tuto, sin suficientes argumentos para disimular el hecho de que el aterrizaje será difícil. Ya no se aguanta más.
Qué interesante sería que los candidatos decidan hacer una campaña al revés. Que no le digan al ciudadano lo que van a hacer, sino lo que no van a hacer. La verdadera virtud de un gobierno no está en lo que promete ejecutar, sino en lo que se compromete a no arruinar.
Un país prospera cuando el estado hace lo mínimo y se mete menos en la vida de los individuos. En Bolivia llevamos 200 años soportando gobiernos que creyeron que podían dirigir hasta el último detalle de la vida económica y social. El MAS se sobrepasó y convirtió al estado en una tranca, una camisa de fuerza, una máquina de corrupción y persecución. Lo único que supo hacer con eficiencia fue robar, intimidar y saquear.
He aquí algunas propuestas para una campaña al revés.
No manipular más la economía. Basta de controles absurdos, de precios ficticios, de vetar exportaciones y de decidir desde un escritorio qué se produce y qué no. Esa manía socialista nos tiene sin combustible, sin dólares y sin confianza. Un verdadero cambio empieza cuando el gobierno renuncia a ser planificador central.
No convertir al estado en botín político. Estamos hartos de ver entidades públicas reventadas a punta de nepotismo y corrupción. El que llegue al poder debería comprometerse a no inventar más elefantes blancos, a no nombrar a sus amigotes en cargos clave y, sobre todo, a dejar de usar al estado como agencia de empleos.
No seguir exprimiendo a la clase media y a los emprendedores. Ni un impuesto más, ni un trámite más. El dinero del ciudadano no es para engordar a la burocracia ni para financiar campañas disfrazadas de bonos. Un gobierno serio debe comprometerse a dejar en paz el bolsillo de la gente.
No usar la justicia como garrote político. Ya basta de jueces que obedecen llamadas, de fiscales que persiguen opositores y liberan corruptos aliados. Necesitamos que prometan no meter sus manos en la justicia, que entiendan que el poder se limita cuando el estado no es juez y parte.
Por último, adoctrinar desde las aulas. La educación no es laboratorio ideológico. Ya tuvimos suficiente con décadas de currículos que adoctrinan y burocracias que asfixian. La promesa más valiosa que puede hacer un gobernante es no imponer una única visión y dejar que las familias decidan cómo educar a sus hijos.
El país no quiere más discursos, quiere libertad para trabajar, producir y vivir sin miedo. No necesitamos un gobierno que “haga más”, sino uno que estorbe menos. Que entienda que los bolivianos no somos niños esperando dádivas, sino ciudadanos capaces de construir riqueza si nos quitan el yugo del Estado encima.