
Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851) fue una novelista británica cuya vida y obra se entrelazan con los grandes debates de su época: la ciencia, la ética, la libertad y el papel de la mujer en la cultura. Nació en Londres en el seno de una familia intelectual excepcional. Su madre fue Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo, y su padre, William Godwin, un filósofo radical. Esa herencia le brindó acceso temprano a bibliotecas y debates poco comunes para una joven de comienzos del siglo XIX.
A los dieciséis años conoció al poeta romántico Percy Bysshe Shelley, con quien inició una relación intensa y polémica para la sociedad victoriana. Viajaron por Europa, compartieron tertulias con figuras como Lord Byron y, en 1816, en Ginebra, Mary concibió la semilla de su obra más famosa: Frankenstein o el moderno Prometeo. El libro, publicado en 1818 cuando tenía apenas veinte años, no solo revolucionó la literatura, sino que inauguró la ciencia ficción moderna.
La novela narra la historia de Víctor Frankenstein, un joven que desafía los límites de la ciencia creando vida artificial. Su criatura, incomprendida, termina enfrentándose a él. Más allá del terror, la obra cuestiona la responsabilidad ética del conocimiento, el aislamiento y la búsqueda de pertenencia, temas que resuenan aún en la actualidad.
Tras la muerte prematura de su esposo en 1822, Mary continuó escribiendo y editando. Obras como El último hombre y Mathilda muestran su capacidad para entrelazar imaginación con reflexión social. Su vida, marcada por pérdidas personales y tragedias, no detuvo su voz literaria ni su compromiso con las ideas.
En los últimos años, la escritora sufrió intensos dolores de cabeza y malestares recurrentes. Hoy se cree que estas dolencias estaban asociadas a un tumor cerebral, una enfermedad poco comprendida en el siglo XIX pero que actualmente cuenta con diagnóstico y tratamiento definidos. Mary falleció en Londres en 1851, a los 53 años.
Tumores cerebrales: señales que no deben ignorarse
Los tumores cerebrales son crecimientos anormales de células dentro del cerebro. Su avance suele ser lento y silencioso, hasta que el aumento de presión intracraneal provoca síntomas evidentes. Entre los más comunes están los dolores de cabeza persistentes, náuseas, vómitos sin causa aparente, alteraciones en la visión, el habla o la fuerza, pérdida de equilibrio, convulsiones y cambios de conducta o memoria.
Un dolor aislado no implica necesariamente un tumor, pero la repetición y la intensidad de los síntomas requieren una evaluación médica inmediata. Los estudios de imagen, como la resonancia magnética o la tomografía, son esenciales para confirmar el diagnóstico.
El tratamiento depende del tipo y tamaño del tumor. Puede incluir cirugía para extirparlo, radioterapia, quimioterapia o terapias dirigidas. Cuando la curación no es posible, existen alternativas para controlar síntomas y brindar calidad de vida.
El papel de la familia resulta vital: acompañar en consultas, garantizar la toma de medicamentos y brindar apoyo emocional ayudan a que el paciente no se aísle. La detección temprana y el cuidado integral marcan la diferencia en la evolución de esta enfermedad.
Mary Shelley, que en vida exploró los dilemas de la ciencia y la ética, enfrentó en carne propia un mal neurológico que hoy tiene explicación y abordaje médico. Su legado literario y humano recuerda que la fragilidad de la vida no limita la grandeza de la creación.