Edman Lara ha decidido seguir el camino más fácil y más destructivo: la confrontación. Su estrategia es heredada de Evo Morales y Luis Arce, quienes durante años alentaron el resentimiento entre bolivianos, estigmatizando al oriente y enfrentando a occidente contra Santa Cruz. Esa receta del odio no solo dañó al país, también acabó devorando al propio MAS. Hoy, Lara se presenta como el continuador de esa política fallida. En un reciente discurso en El Alto, desempolvó la vieja amenaza de la “Media Luna”, acusando a Tuto Quiroga y a Branco Marinkovic de haber querido dividir Bolivia. Este no es más que un intento de reactivar miedos del pasado para esconder la falta de propuestas concretas. Su retórica, cargada de insultos y victimización, habla más de su ambición que de un proyecto serio de reconciliación y desarrollo. Paradójicamente, mientras dice luchar contra el racismo y el odio, reproduce exactamente esa lógica de enfrentamiento. En tiempos de crisis, Bolivia no necesita más trincheras ni fantasmas inventados. Necesita puentes, diálogo y respeto entre bolivianos. Lo demás son las mismas canalladas de siempre.