Nuestras escuelas y colegios se han convertido en un espejo preocupante de la sociedad digital que nos rodea. Lo que antes era un espacio de aprendizaje, convivencia y juego, hoy está saturado de pantallas, distracciones y, en muchos casos, violencia. Los episodios recientes de agresiones entre estudiantes, como el apuñalamiento de una niña de 13 años en Warnes o el ataque de una adolescente inducida por un “reto” de Roblox, son síntomas de una enfermedad silenciosa: el deterioro mental y emocional que produce el abuso de los celulares y las redes sociales en los jóvenes.
En las escuelas, los celulares no son simples herramientas de comunicación y entretenimiento: son armas de distracción masiva, portales hacia el acoso, la comparación constante, la dependencia emocional y, en algunos casos, la pérdida de la empatía.
Numerosos países han comprendido esto y han actuado con determinación y los resultados son contundentes. Según un estudio de la Escuela Noruega de Economía, las consultas por problemas de salud mental entre las niñas disminuyeron un 60%, el acoso escolar bajó de forma significativa y las calificaciones en matemáticas mejoraron en más de un 20%.Los beneficios fueron especialmente notables entre estudiantes de bajos recursos, precisamente el grupo que más sufre los efectos del aislamiento y la ansiedad digital.
En las aulas donde los teléfonos fueron retirados, los alumnos volvieron a mirarse a los ojos, a jugar en los recreos, a reír sin filtros. La convivencia mejoró, la concentración aumentó y la sensación de bienestar general se elevó. Otros países, como Francia, España, Reino Unido y recientemente Brasil, han seguido el mismo camino con excelentes resultados.
En Bolivia seguimos debatiendo lo evidente. Las autoridades educativas se limitan a emitir recomendaciones vagas, mientras las escuelas carecen de protocolos claros. No basta con “restringir” el uso de celulares durante las clases: la medida debe ser tajante y total, con “tolerancia cero”, como se aplica en los países que han logrado revertir esta tendencia destructiva. Si se quiere proteger realmente a los niños y adolescentes, los teléfonos deben quedar guardados al ingresar al colegio, sin excepciones.
El fenómeno conocido como “brain rot”, o “podredumbre cerebral” (palabra del año en Oxford 2024) describe el deterioro mental provocado por el consumo excesivo de contenido digital superficial: videos cortos, juegos en línea, memes y estímulos constantes que erosionan la capacidad de concentración y el pensamiento crítico. Los jóvenes desarrollan una atención fragmentada, una baja tolerancia a la frustración y una dependencia casi adictiva del celular.
Los casos de violencia escolar son el reflejo de un sistema educativo que ha perdido el control sobre su entorno digital. Cada video violento, cada reto viral, cada “influencer” sin valores está modelando comportamientos. Y si no actuamos ahora, el aula dejará de ser un refugio para convertirse en una extensión del caos de las redes.
Bolivia necesita una ley nacional que prohíba de manera absoluta el uso de celulares en los centros educativos, desde inicial hasta secundaria. No se trata de una medida simbólica, sino de una política de salud mental, de seguridad y de calidad educativa.