Durante dos siglos, Bolivia ha estado atrapada en un modelo económico que convirtió al Estado en el centro de todo: empleador, proveedor, benefactor y salvavidas político. Rodrigo Paz ha propuesto una ruptura histórica con su frase: “Se acabó la época de vivir del Estado”. Se trata de una declaración de guerra contra el estatismo, la dependencia y el clientelismo que han moldeado la cultura nacional.
El modelo del MAS llevó el intervencionismo a su máxima expresión. Durante el auge del gas, el Estado nacionalizó la renta y la distribuyó mediante bonos, subsidios y un aparato público desbordado. Aquella fórmula, útil en tiempos de bonanza, se volvió insostenible cuando cayeron las reservas y los precios. Hoy Bolivia enfrenta la resaca de esa dependencia: un Estado obeso, un sector privado debilitado y una sociedad acostumbrada a “pedir” más que a producir.
El gasto público boliviano llegó a representar más del 40% del PIB, mientras que la libertad económica se mantiene entre las más bajas del continente. La informalidad laboral supera el 80% y la productividad se mantiene estancada. Es el retrato de una economía donde el Estado gasta mucho, regula en exceso y produce poco.
Romper ese ciclo exige mucho más que recortar presupuestos: requiere cambiar la mentalidad colectiva. Dejar de vivir del Estado significa que cada ciudadano asuma que su bienestar depende del esfuerzo, la innovación y la productividad, no de la dádiva política. Para lograrlo, el nuevo gobierno debería impulsar tres transformaciones decisivas.
Primero, una reforma estatal profunda, orientada a reducir el aparato público y eliminar el clientelismo. Los cargos públicos deben ser ocupados por mérito y servicio, no por lealtad partidaria. Cada puesto innecesario es un freno a la productividad nacional.
Segundo, una liberación de las fuerzas productivas. La empresa privada necesita un entorno de reglas claras, menos burocracia y un Estado que regule sin asfixiar. Emprender en Bolivia debe dejar de ser un acto heroico. Si se simplifican trámites, se abren los mercados y se garantizan derechos de propiedad, surgirán nuevas industrias, servicios y tecnologías capaces de diversificar la economía.
Y tercero, una reorientación del gasto público hacia la inversión productiva: infraestructura, energía, riego, innovación y educación técnica. Cada boliviano debe tener las herramientas para competir, no la ilusión de que un bono resolverá su futuro.
¿Cuáles son los beneficios? Una economía menos dependiente del Estado sería más resistente a los shocks externos, más atractiva para la inversión y más justa en su reparto de oportunidades. Un ciudadano que vive de su trabajo y no del favor político es más libre, más exigente y más consciente de su poder. Esa es la base de una verdadera república.
Si el país logra dar ese paso, habrá cumplido su verdadera independencia: la emancipación del estatismo que nos ha mantenido atados por doscientos años. Y solo entonces, Bolivia podrá comenzar a vivir —no del Estado—, sino de su propio talento, trabajo y dignidad.