Bolivia ha vivido un día histórico. No solo ha asumido la presidencia Rodrigo Paz Pereira, sino que se ha cerrado un ciclo político que condujo al país al borde del abismo. Se sepulta, con esta transición, un proyecto que prometió justicia social, inclusión, desarrollo y dignidad, pero que terminó dejando a Bolivia en ruinas: sin instituciones, sin justicia, sin producción, sin confianza y con una sociedad fracturada. Este cambio no es solo de mando, sino de rumbo. Y la pregunta que flota en el aire es inevitable: ¿será la vencida?
Durante dos siglos, Bolivia ha repetido un patrón agotador: esperanza, fracaso, refundación y nueva esperanza. Cada generación ha soñado con un país estable, moderno y justo, y cada intento ha terminado en decepción. Hemos probado de todo: revoluciones, dictaduras, populismos, tecnocracias, modelos indigenistas, ecologistas y socialistas. Ninguno logró consolidar un Estado funcional ni un pacto nacional duradero. Cada proyecto murió víctima de su propio exceso o de su propia soberbia.
Rodrigo Paz asume el poder en un país exhausto. Recibe una nación devastada por veinte años de hegemonía del MAS, que comenzó con ilusión y terminó con crisis económica, corrupción y un Estado capturado. Hoy Bolivia está en terapia intensiva. Pero esta crisis puede ser también una oportunidad: la posibilidad de reconstruir no solo el aparato productivo, sino la confianza en nosotros mismos.
El nuevo presidente promete un gobierno distinto, basado en la disciplina, la racionalidad y el sentido común. Su desafío no es menor: pasar de un Estado que asfixia al ciudadano a uno que lo sirva; de una economía controlada y prebendal a una que premie el trabajo y la iniciativa; de un país que vive del corto plazo a uno que planifique su desarrollo con visión de futuro. Todo dependerá de que, por una vez, Bolivia logre romper su maldición: esa incapacidad de sostener el progreso más allá de una generación o de un caudillo.
Bolivia necesita algo más profundo que una alternancia: necesita madurez. Dejar atrás el trauma de las revoluciones y la obsesión por refundarse cada década. El país no necesita milagros ni discursos mesiánicos. Necesita reglas claras, respeto a la ley, propiedad privada garantizada, justicia independiente y un Estado que no sea la obstáculo del desarrollo. Rodrigo Paz parece tener clara esa idea, lo ideal sería que no desvíe el camino, como ha sucedido desde 1825.
Rodrigo Paz enfrenta una tarea monumental: reconstruir un país material y moralmente devastado. Pero si logra sentar las bases de un ciclo virtuoso —de estabilidad, legalidad y confianza—, tal vez Bolivia pueda, por primera vez en doscientos años, iniciar una historia distinta. No perfecta, pero sostenible. No refundacional, sino racional.
Será la vencida si entendemos que no hay progreso sin memoria, ni futuro sin aprender de los errores. Porque quizás, solo quizás, este 8 de noviembre no hayamos elegido solo un presidente, sino la posibilidad de que Bolivia, al fin, madure.
Será la vencida si entendemos que no hay progreso sin memoria, ni futuro sin aprender de los errores. Porque quizás, solo quizás, este 8 de noviembre no hayamos elegido solo un presidente, sino la posibilidad de que Bolivia, al fin, madure.