No se van por las buenas. Creen que pueden resistir. Los cubanos los alientan a mantenerse, les aconsejan no soltar la línea de salvamento. Estados Unidos va a hacer algo, aunque aún no se sabe qué. Una acumulación tan grande de fuerzas navales y aéreas en el Caribe no puede ser solo para operaciones antidrogas. Hay demasiado armamento y dinero en juego. Con la llegada del portaaviones USS Gerald R. Ford, con 5.000 marineros y más de 75 aeronaves, la probabilidad de un ataque aumentará. El despliegue actual, sin el Ford, representa cerca del 12% de la flota de combate global de EE.UU. La fuerza incluye ocho buques de guerra, un submarino nuclear, cazas F-35, drones y aviones de reconocimiento. Con el grupo del Ford se sumarían uno o dos destructores.
Maduro pide ayuda a Moscú y Pekín. Rusia, limitada por la guerra en Ucrania, poco puede ofrecer. China quiere cobrar lo que Venezuela le debe —miles de millones— y cuidar su relación con Washington. Su interés en apoyar una aventura militar es mínimo.
El plan de “resistir” es una ilusión. EE.UU. no invade por ahora porque la capacidad militar venezolana, reforzada por guerrillas y colectivos, podría dar pelea por un corto tiempo. No quieren bajas innecesarias. Según analistas, no hay fuerza suficiente para una invasión a gran escala: Panamá, en 1989, requirió 30.000 soldados; cerca de Venezuela solo hay unos 10.000, repartidos entre buques y bases en Puerto Rico. Washington ha realizado vuelos de reconocimiento con B52 y B1.
El Pentágono ha propuesto tres escenarios. El primero, bombardear laboratorios y asentamientos del narcotráfico, además de instalaciones militares clave. En ese caso, con el apoyo militar interno debilitado, Maduro podría intentar huir, lo que facilitaría su captura.
El segundo es una operación quirúrgica al estilo Bin Laden, con fuerzas especiales Delta o SEAL 6 para capturar o eliminar a Maduro. Trump justificaría esta acción alegando que Maduro es líder de una organización narcoterrorista, no simplemente un jefe de Estado.
El tercero contempla enviar fuerzas antiterroristas a tomar aeródromos y campos petrolíferos venezolanos, lo que implicaría una operación mucho más compleja.
Trump no quiere invadir con tropas. Siempre prometió evitar guerras en suelo extranjero. Prefiere ataques desde el aire o el mar, con drones y misiles, como cuando bombardeó Siria o eliminó al general iraní Qassim Suleimani en 2020. Pero está convencido de que Maduro debe salir.
Maduro y los hermanos Rodríguez han enviado señales de querer negociar su salida, pero sus propuestas son inaceptables: buscan mantener a Maduro o a Delcy en el poder a cambio de entregar industrias estratégicas a EE.UU. Trump rechazó la oferta: “Maduro lo que quiere es joder a EE.UU.”, dijo. En una reciente entrevista, afirmó que “Maduro tiene sus días contados”.
La opción militar la promueve Marco Rubio, secretario de Estado de ascendencia cubana y jefe del Consejo Nacional de Seguridad, apoyado por Stephen Miller, asesor de seguridad nacional. La vía diplomática la lidera Richard Grenell, enviado especial que negoció este año con Maduro la liberación de seis prisioneros estadounidenses y el retorno de migrantes venezolanos a cambio de concesiones petroleras a Chevron. Por ahora, la opción de Rubio parece ganar terreno.
¿Qué está en la cabeza de Trump? Según The Atlantic, incluso con una posible salida negociada, el consenso en la Casa Blanca es que Maduro debe irse. El dictador pide levantar sanciones y garantías de exilio. Pero surgen interrogantes: ¿se irían también Cilia, Nicolasito, los “narcosobrinos” y demás familiares enriquecidos? ¿Cómo quedarían Cabello y Padrino? ¿Existe una negociación paralela con Padrino para garantizar el orden? Una salida diplomática sin intervención militar lo colocaría en el centro del tablero.
El régimen no se va por las buenas. La resistencia obedece a que los tres polos del poder —Maduro y los Rodríguez, Cabello con sus fuerzas de represión, y Padrino con su cúpula militar— deben ponerse de acuerdo, y ninguno quiere aparecer como traidor. Lo que ocurra con uno afecta a todos.
Trump, pragmático, se pregunta: ¿qué gana EE.UU. con esto? No quiere repetir la frustración del caso Guaidó ni arriesgar una derrota. Dijo entonces que Maduro era una “tough cookie”, difícil de quebrar. ¿Y si no se van?
Mientras tanto, las opciones —militar o diplomática— siguen abiertas y evolucionan hacia un desenlace incierto. Según The New York Times, Trump no tomará una decisión definitiva hasta que el Gerald R. Ford ancle cerca de Venezuela y la fuerza militar en el Caribe alcance niveles no vistos desde la crisis de los misiles de 1962.
@LaresFermin