Editorial

La verdad de la coca

La decisión de la Organización Mundial de la Salud de mantener la hoja de coca en la Lista I —junto a sustancias de alta peligrosidad como la heroína y el fentanilo— no es un capricho técnico ni un gesto político...

Editorial | | 2025-12-05 01:15:06

La decisión de la Organización Mundial de la Salud de mantener la hoja de coca en la Lista I —junto a sustancias de alta peligrosidad como la heroína y el fentanilo— no es un capricho técnico ni un gesto político. Es la ratificación de una verdad científica contundente: la coca es fácilmente convertible en cocaína, y esa simpleza la convierte en un insumo directo para una de las industrias criminales más dañinas del mundo.

La OMS recordó lo obvio: la mayor parte de la hoja producida en Bolivia no va al té ni a los rituales, sino al narcotráfico. Y los números hablan por sí solos: la producción global de cocaína ha crecido exponencialmente en los últimos años, al mismo ritmo de la expansión de los cultivos de coca, tan defendida por regímenes populistas cómplices de las mafias.

Es ingenuo pensar que Bolivia tomará este informe al pie de la letra o aplicará medidas drásticas para erradicar los cultivos (ojalá nos equivoquemos). Pero lo mínimo —lo ético— sería dejar de ser cómplice silencioso de un daño enorme a la salubridad del país. La coca no es sagrada; la salud pública sí debería serlo. Y la salud hoy está siendo golpeada por un consumo cada vez más extendido, más normalizado y más defendido desde el poder.

Durante dos décadas se instaló un relato tóxico: la coca “es mejor que la leche”, “cura todo”, “da energía natural”. Un cúmulo de mentiras repetidas sin pudor por un aparato político que encontró en la hoja un escudo ideológico y un negocio. Mientras tanto, médicos, toxicólogos, psiquiatras y especialistas en salud pública alertaban —una y otra vez— sobre los daños del acullico excesivo: hipertensión, problemas cardíacos, trastornos digestivos, insomnio crónico, dependencia psicológica. Sus advertencias fueron ignoradas, ridiculizadas o tratadas como ofensas culturales.

Es hora de decirlo sin miedo: los pueblos indígenas no son sinónimos de coca. Su identidad, su historia y su dignidad no se reducen a una planta que, en el siglo XXI, ha sido instrumentalizada para encubrir un mercado ilegal. Bolivia tampoco puede seguir girando en torno a una sustancia que no define su esencia como nación. La hoja de coca no es un emblema cultural; fue convertida en símbolo político por Evo Morales para defender intereses que poco tenían que ver con las comunidades y mucho con la expansión de los cultivos y el negocio del narcotráfico.

Al menos, el país debería dar pasos mínimos: quitarle a la coca el aura de intocabilidad, dejar de promover su consumo indiscriminado, lanzar políticas públicas que alerten sobre los riesgos del abuso y, sobre todo, limitar la producción y el cultivo excedentario. La lucha contra el narcotráfico comienza donde empieza la materia prima. Y mientras Bolivia siga celebrando la coca como bandera, seguirá entregando terreno al delito y renunciando a la verdad científica.

La OMS ha hablado con claridad. Ahora falta que Bolivia deje de esconderse detrás de mitos y asuma, de una vez, que está frente a una sustancia peligrosa. Porque lo es. Y porque seguir negándolo también lo es.

La OMS ha hablado con claridad. Ahora falta que Bolivia deje de esconderse detrás de mitos y asuma, de una vez, que está frente a una sustancia peligrosa. Porque lo es. Y porque seguir negándolo también lo es.