Rodrigo Paz atraviesa uno de esos momentos decisivos que definen a un presidente. Nadie puede negar que, hasta ahora, lo está haciendo bien: mantiene una aprobación sólida, ha logrado neutralizar la campaña de desprestigio promovida desde la propia Vicepresidencia y muestra una conexión natural con la gente. El problema es que ese no es el rol que la historia le exige. Según los economistas, Bolivia ya no puede seguir postergando las decisiones duras: ajustar las cuentas, sincerar precios, desmontar subsidios inviables y cortar la grasa del aparato estatal. Son medidas impopulares, sí, pero inevitables. El presidente debe asumir, cuanto antes, el papel del “malo” que corrige como un padre responsable o un médico que cura aun sabiendo que dolerá. Las colas por combustible son la señal más clara de que el tiempo se agota. Y cuando el país entra en ese terreno, surge la confusión sobre quién es bueno y quién es malo. Por eso, Paz debe actuar ahora. En esta etapa, no se trata de caer bien: se trata de hacer lo correcto. Ser malo, para ser bueno.