En los últimos días, los bolivianos hemos tenido el dudoso privilegio de escuchar al flamante presidente advertir, con alarmismo de noticiero apocalíptico, que no hay plata para las pensiones y que estos recursos se convirtieron en la célebre caja chica de los últimos gobiernos. Hasta ahí, el susto estuvo bien ensayado.
Lo que olvidó contar —pequeño detalle— es que su propio gobierno también encontró la caja abierta y decidió usarla: el 21 de noviembre, 150 millones de bolivianos; el 28, 300 millones; y entre el 4 y 5 de diciembre, otros 250 millones. El problema no es la caja chica, sino quién la usa y quién lo admite. Discursos solemnes por un lado, retiros puntuales por el otro.
Esto me obligó —muy a mi pesar— a preguntarme si el prometido “cambio” realmente había comenzado o si simplemente asistimos a una versión remasterizada de los últimos 20 años de malos gobiernos, corruptos y oportunistas, Jeanine incluida, para que no se sienta excluida.
La respuesta llegó rápido. El nepotismo goza de excelente salud. El caso del ministro de Gobierno, “Tuco” Oviedo, es de manual: gracias a su talento para “abrir puertas”, la madre de sus hijos, Zoila Tania Olmos, fue posesionada como gerente de la ASP-B, nada menos que la empresa estatal que administra los servicios portuarios. Cambian los discursos, pero la lista de invitados al Estado sigue siendo estrictamente familiar.
Y mientras uno digiere este plato recalentado, aparece el segundo acto: masistas retornando a puestos estratégicos, como si el país padeciera una escasez extrema de ciudadanos decentes y formados que no estuvieran alineados al MAS. Aquí nada se desperdicia. Todo se recicla. Hasta la mugre.
Lo más interesante ocurre, como siempre, lejos de los micrófonos. En salones privados y llamadas nocturnas reaparece Carlos Gill Ramírez, dueño de las Ferroviarias Andina y Oriental, orbitando otra vez el Palacio. El empresario que amasó fortuna bajo Evo y García Linera, gracias a rieles, periódicos y silencios bien pagados, vuelve a rozar el poder… como si nada hubiese pasado.
Por si alguien aún se aferra a la ingenuidad, el ministro de Economía, José Gabriel Espinoza Yáñez, cercano a Samuel Doria Medina, también integró el círculo de confianza de Gill hasta 2021. ¿Coincidencia? Ni en las telenovelas se descuida tanto el guion. Y para completar la escena, Cynthia Aramayo, exgerente de la Ferroviaria Andina y amiga cercana del ministro, fue posesionada como directora ejecutiva de Ferrocarriles. El tablero se arma solo.
Dicho sin rodeos: Gill no solo volvió; parece decidido a quedarse con todas las vías férreas del país, solo o en sociedad con Doria Medina. Porque el negocio ferroviario y logístico que se viene vale miles de millones de dólares. Claro, todo por puro altruismo empresarial… y por amor a los rieles.
Pero conviene mirar el fondo del asunto. Bolivia es un país sin mar, sí, pero con algo más valioso: la llave del continente. El drama es que siempre quedamos fuera del mapa… teniendo el mapa en la mano. Mientras Brasil, Perú, Chile y Paraguay avanzaban en corredores bioceánicos y concesiones, Bolivia discutía si el desarrollo era neoliberal, colonial o un pecado mortal. El negocio pasó; Bolivia miró.
La única oportunidad real para entrar a las grandes ligas de la logística es convertirse en eje Pacífico–Atlántico vía Arica/Iquique – Cochabamba – Santa Cruz – Puerto Suárez. Todo lo demás es folclore político.
Lo irónico es que esto ya estaba escrito desde los años 40 en el Plan Bohan, que diagnosticó que el futuro del país dependía de unir occidente y oriente y desarrollar Santa Cruz. ¿Y qué hicimos? Nada. O peor: desconfiamos porque funcionaba.
Y así seguimos: un país con la llave del continente parado en la puerta, discutiendo quién puede girarla… y quién entra a planilla.
Un poco de honestidad no vendría mal. Decir qué se quiere hacer, cómo y con quiénes. Eso sería cambio. Lo demás es la misma obra, apenas mejor perfumada.
Ojalá esta vez alguien se anime a girar la llave… y a decir la verdad mientras lo hace.