En una columna publicada hace 10 años (Los Tiempos, 28 de octubre de 2015), sostuve que el tan mentado “proceso de cambio”, liderado por Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS), era puro teatro, pues detrás del telón había una voraz élite cleptocrática que, con el discurso izquierdista, nacionalista e indigenista, robaba a cuatro manos.
En ese tiempo no había imaginado que, diez años después, ese vil teatro quedaría totalmente desnudado, pues, en política, las verdades toman muchos años para salir a flote. Las mentiras, más bien, duran mucho tiempo. Detrás del Estado, las élites siempre ocultan las verdades. Hoy, recién, los bolivianos estamos comenzando a conocer, en su verdadera magnitud, toda la estafa que significó el “proceso de cambio”.
Lo que se empieza a develar, con la salida del MAS del poder y las denuncias casi a diario del nuevo presidente Rodrigo Paz, es de terror. Nos han dejado un país destruido. El engaño fue sistemático y la mentira, el método. Al caer completamente el telón, recién comenzamos a tomar consciencia de lo que fue este nefasto régimen. Ahora, desde los escombros, debemos reconstruir todo.
Cuando llegaron al poder, prometieron reformar el sentido de la política, dotándola de moral, en un pacto con la historia y la justicia social. El poder estaba en manos de la “última reserva moral del mundo”, donde el “vivir bien” era el norte, cuidando y protegiendo a la Madre Tierra.
Hoy resulta escandalosamente evidente que toda esa narrativa fue inventada para poner en práctica un teatro cuidadosamente ensayado. Mostraban una cosa, pero la realidad, entre lo que decían y lo que hacían, era abismal. Todos los vicios del ciclo neoliberal y de la democracia pactada que juraron desterrar, no solo los multiplicaron: los convirtieron en práctica natural. Robar era legítimo.
El teatro en acción exaltaba al Estado Plurinacional como único en el mundo, inclusivo, diverso e igualitario. Fuera del escenario, sin embargo, impusieron un Estado profundamente etnocentrista, de matriz aimara, que marginó a las otras 35 naciones reconocidas por la Constitución. Bajo el decorado de la “unidad de los pueblos”, los “interculturales” expulsaron y despojaron de sus tierras a miles de indígenas de tierras bajas. La ficción de la inclusión encubrió prácticas nocivas de ocupación territorial.
Fue todo un teatro también: los discursos inflamados contra el capitalismo, el mercado y la oligarquía, resucitando heroicas alocuciones de izquierda. Fuera del escenario, las élites dirigenciales del partido azul, con fervor religioso, abrazaban hábitos sofisticados de consumo capitalista. El consumo imitativo burgués era su norte. “El sueño americano” habitaba en sus subconscientes.
Subiendo el telón, simularon combatir la corrupción. Aprobaron la Ley de Lucha Contra la Corrupción, Enriquecimiento Ilícito e Investigación de Fortunas Marcelo Quiroga Santa Cruz. Pero en las sombras aparecieron los “nuevos ricos azules” del proceso de cambio que, a partir de la administración del Estado, forjaron enormes fortunas que hoy ostentan con la mayor desfachatez y de un modo extremadamente ridículo. Es tan irónica la política que ahora serán investigados y procesados con la ley que ellos mismos aprobaron.
Las denuncias de Paz confirman lo que durante años se intuía: el sistema estatal había sido convertido en botín y en un mecanismo de acumulación privada.
El teatro ambientalista tampoco quedó atrás. Con gran parafernalia, organizaron cumbres internacionales sobre el cambio climático. Anunciaron al mundo la defensa de la Pachamama y suscribieron declaraciones rimbombantes. Bajo ese discurso, sin embargo, el daño que ocasionaron a la Madre Tierra fue brutal. Como sostuve en otra columna, “nunca, en la historia de Bolivia, ha existido un régimen, un gobierno y un partido que, con tanta crueldad, haya tratado a la Madre Tierra”. Fue una barbarie lo que hicieron con las selvas, los bosques, los ríos y con esa inmensa fauna de aves, reptiles y mamíferos.
Hoy, todo ese simulacro queda expuesto en total desnudez. Las revelaciones sobre el desvío de fondos, empresas públicas convertidas en cajas chicas partidarias, desfalcos y robos descarados confirman lo que se advirtió cuando era muy peligroso hacerlo. La mentira de todo este teatro no solo ocultaba la verdad: afectó también la capacidad misma de distinguir entre la verdad y la ficción.
Las clases populares, las que más tardan en discernir entre verdad y mentira, ya pueden advertir hoy que todo fue un montaje. El proceso de cambio no fue una revolución ni un proyecto noble. Fue un teatro con relatos artificiosos y llenos de mentira, para producir obediencia, adhesión emocional y control simbólico.
Hoy, cuando el país descubre la magnitud del engaño, tomamos conciencia de que el “proceso de cambio” fue una monumental estafa. Un proyecto que se presentaba como moral y transformador, pero que gobernó con cinismo, simulación y abuso del poder. El teatro terminó. Las luces se apagaron. Pero el daño —institucional, económico, ambiental, moral— permanece. La tarea del nuevo gobierno no será solo administrar un país devastado, sino reconstruir la verdad tras la gran obra de engaño que marcó a Bolivia en los últimos veinte años.
*El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón.