Evo Morales repite cada día el paradigma que él mismo instaló en el poder: “el que huye, confiesa su delito”. Esa frase, usada para señalar a sus adversarios, hoy lo desnuda. Hace meses permanece escondido en el Chapare, atrapado en su propia fortaleza rodeada de cocales y fosas de maceración. Un líder que se decía invencible vive ahora como prófugo voluntario, temeroso de que la justicia toque su puerta. La detención de Luis Arce lo ha puesto aún más nervioso. Cada movimiento judicial repercute en el Trópico: más vigilancia, más advertencias, más tensiones. El viejo refrán vuelve a escena: cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar. Si Arce responde por el Fondo Indígena, el cocalero no puede quedar al margen. La pregunta es cuánto tiempo podrá seguir escondido en esa guarida. El país necesita que la justicia avance, aunque vaya lenta. El verdadero riesgo es que, desde ese encierro autoimpuesto, Morales intente regresar directamente al poder, como ya ocurrió con Arce. Bolivia no puede repetir ese error.