Dicen las “malas lenguas” que la única vez que los políticos son verdaderamente honestos es cuando elaboran el presupuesto del estado. No falla. Ahí está, desnudo, su verdadero proyecto de país. Todo lo demás es espuma. El presupuesto es la única verdad política disponible.
Voceros del gobierno de Rodrigo Paz han repetido que no pueden trabajar con el presupuesto heredado de Arce. Y tiene razón: es el testamento final de un modelo agotado, construido sobre gasto corriente desbordado, empresas públicas inviables y subsidios que devoran cada boliviano que entra en caja. La bancada de Libre ya lo ha dicho con claridad: no lo aprobarán porque reproduce la “herencia gastadora” del MAS.
Cuando Paz presente su propio presupuesto, sabremos de una vez si su súbito discurso liberal —adoptado con entusiasmo tras la campaña— tiene sustancia o si quedará como un giro retórico para tranquilizar a un electorado fatigado. El PGE reformulado será el examen definitivo. Ahí se verá si estamos frente a un gobierno decidido a desmontar el aparato estatal elefantiásico que sostuvo al MAS durante veinte años.
Hay señales contradictorias: por un lado, ministros que hablan de austeridad, congelamiento de planillas y límites al gasto. Por el otro, la persistencia de estructuras estatales que siguen intactas. Pero el presupuesto no permite ambigüedades. Preguntas clave encontrarán respuesta:
—¿Se reducirá la masa salarial del Estado o seguirán engordando los “supernumerarios”?
—¿Se eliminará la propaganda estatal desbordada, ese pozo sin fondo que el MAS convirtió en herramienta de manipulación?
—¿Se frenará la inversión pública convertida en culto, donde cada ladrillo vale más que la sostenibilidad fiscal?
—¿Se dejará de proteger empresas públicas deficitarias que solo existen para gastar?
Y está el tema central, el que ningún gobierno ha querido tocar y que hoy asfixia el modelo completo: los subsidios. Ese es el talón de Aquiles del esquema económico boliviano. Son políticamente atractivos y socialmente sensibles, pero fiscalmente insostenibles. Los combustibles subvencionados son la puerta por la cual se filtran miles de millones que el país ya no tiene.
Si Rodrigo Paz realmente quiere mostrarse como un reformista moderno, el PGE deberá abrir un camino creíble para redimensionar esos subsidios, focalizarlos o, al menos, detener su crecimiento. Cualquier presupuesto que los mantenga intactos será una confesión.
Lo mismo ocurre con la estructura del Estado. Un gobierno modernizador no puede seguir sosteniendo un aparato que destina el 85% de su gasto a funcionamiento. Es insano. Ningún país construye futuro con apenas un 15% de inversión real. Ninguno.
El gran desafío será romper esa lógica sin incendiar el país. Pero el presupuesto mostrará si existe voluntad de hacerlo o no. Si aligeran la burocracia, si priorizan salud y educación —promesas eternamente incumplidas—, si abren espacio al sector privado para que produzca riqueza real y no ficticia, lo sabremos ahí, en ese documento técnico que es, en realidad, un manifiesto político.
Cuando el gobierno entregue su PGE reformulado, podremos dejar de escuchar discursos. Los números no mienten: dirán si el país comienza por fin a corregir el rumbo. El presupuesto lo dirá todo.