«Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande» (Mt 7,27).
Al conocer el desastre provocado por las inundaciones de Samaipata en noviembre, publiqué el Decreto Episcopal DE 018/2025, del 19/11/2025, indicando que: “Se destinarán las colectas en la Diócesis de San Ignacio de Velasco de todas las misas y celebraciones de la Palabra de este domingo, 23 de noviembre, solemnidad de Cristo Rey, para colaborar con los damnificados de Samaipata y sus alrededores”. Cité Mateo 25,40: “El Rey les responderá: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo»”. Las 25 parroquias de esta diócesis respondieron según sus posibilidades y entregamos Bs 14.130,10. Habría querido ver una respuesta más generosa, pero hubo muy poco tiempo para animar la colecta.
Recuerdo otra época, cuando hicimos retiros espirituales en Achira Camping y reuniones del Consejo Presbiteral en Samaipata y Vallegrande. Muchas veces tuvimos que esperar para llegar al destino mientras arreglaban esta ruta conocida como la Antigua Carretera, después de los derrumbes anuales, similar a lo que siempre sucede en El Sillar, en la Carretera Nueva a Cochabamba.
Otro recuerdo que tengo viene de cinco años antes de mi venida a Bolivia. Me refiero a las riadas de 1983 que arrastraron el lado poniente de la ciudad de Santa Cruz. Esta zona era parte de la parroquia de La Santa Cruz, una misión que apoyaba mi diócesis, La Crosse, Wisconsin, desde su fundación por el P. Joe Walijewski, el 3 de mayo de 1958. Yo había sido ordenado sacerdote el 9 de julio de 1982 y terminé una licenciatura en Teología Bíblica en Roma en junio de 1983. Allí me enteré de lo sucedido en Santa Cruz, Bolivia, ya que la parroquia donde fui asignado, en Marshfield, Wisconsin, conservaba el periódico diocesano de La Crosse con artículos detallados sobre la riada y los esfuerzos de La Santa Cruz para ayudar en los rescates y en la ayuda solidaria a los damnificados. De allí nació el Plan 3000 y la construcción de los defensivos entre el río Piraí y la ciudad, donde cinco años más tarde vendría yo como misionero.
Irónicamente, cada vez que celebramos un cumpleaños u otro aniversario cantamos: “Que se oiga hasta el Piraí el eco de nuestra canción”. Aquí, en San Ignacio, cambiamos la letra para que “se oiga hasta el Guapomó”. Este pasado 2 de febrero, al celebrar la apertura de la Puerta Santa para el Jubileo de la Esperanza, dije al final de la misa: “Hoy el Señor escucha nuestra oración, porque hoy mismo va a rebalsar el Guapomó”. Y así fue. Por primera vez en diez años, nuestra represa, que provee agua para esta ciudad, después de más de diez años de sequía, finalmente se llenó y se rebalsó. Actualmente no está llena ni está rebalsando, a pesar de las últimas lluvias, y estamos implorando al Señor por más lluvias.
Ahora estamos con nuevas declaraciones de desastre en Santa Cruz y en toda la cuenca del Piraí, pero hay una verdad que tenemos que reconocer: NO SE TRATA DE LLUVIAS EXCESIVAS, SINO DE DEFORESTACIÓN.
Los bosques impiden que las lluvias se conviertan en riadas y las riadas en inundaciones. Sin los árboles, el agua llega a los ríos más rápido y en mayor volumen, provocando que se desborden con mayor facilidad, arrastrándolo todo. A veces hay una trancadera inicial por la basura y los troncos que, al ceder, hacen que una gran cantidad de agua con lodo y escombros destructivos llegue con mayor fuerza, provocando la pérdida de cultivos, bienes materiales, hogares y vidas. Con esto se propagan enfermedades tanto en las personas como en los animales. Luego se producen también cambios climáticos, con más eventos meteorológicos extremos.
Tenemos que reconocer que estas riadas e inundaciones tienen una causa humana: la deforestación. Basta una mirada mediante Google Earth sobre esta hidrovía para ver que se ha perdido mucho bosque en las orillas del río Piraí, especialmente en las partes altas.
¿Cuánta solidaridad vendrá de parte de quienes han talado los árboles río arriba? ¿Cuánta vendrá de quienes promovieron la destrucción de los bosques del Oriente?
Yo sigo rezando para que llueva. Aquí, en San Ignacio, es una bendición. Quiero ver más jaguares y menos soya, más árboles y menos invasión de los mal llamados interculturales.
«Mares y ríos, bendigan al Señor; ¡alábenlo y glorifíquenlo eternamente!» (Daniel 3,78)
Dios te bendiga.