No es ninguna novedad que Edma Lara se declare opositor. Eso quedó claro hace tiempo y no sorprende a nadie. La verdadera duda no está en su ubicación política, sino en su capacidad —o voluntad— de ser realmente constructivo. La palabra “construir” no parece figurar en el diccionario político de un individuo cuya trayectoria ha estado marcada más por la confrontación, el victimismo y la amenaza permanente que por propuestas serias y viables. Lara se mueve en la misma dirección de quienes durante 20 años demolieron las instituciones, vaciaron al Estado y dejaron al país con cimientos frágiles, corrupción estructural y una economía exhausta. Hoy Bolivia no necesita gritos ni cruzadas personales, sino un esfuerzo colectivo para levantar nuevamente esos cimientos, aunque cueste, duela e implique decisiones impopulares. En ese punto, la mayoría de la ciudadanía parece tenerlo claro: es tiempo de reconstruir, no de sabotear. Lara, si persiste en esa lógica destructiva, no solo quedará solo políticamente, sino también desconectado de una sociedad que ya entendió que destruir es fácil; lo difícil —y urgente— es volver a construir un país.