Emmy Noether fue una de las inteligencias más brillantes del siglo XX y, durante décadas, una de las más invisibilizadas. Nació en 1882 en Erlangen, Alemania, en una familia judía dedicada a las matemáticas, y desde muy joven mostró una curiosidad intelectual excepcional, en un contexto que negaba a las mujeres el acceso pleno a la educación superior.
En una época en la que las mujeres no podían matricularse formalmente en la universidad, Emmy asistía como oyente, sin derecho a títulos ni reconocimiento. Su perseverancia fue más fuerte que las barreras legales y culturales, y su formación se sostuvo únicamente en la disciplina, el talento y el deseo profundo de comprender el mundo a través de las matemáticas.
En 1907 logró doctorarse, un hito extraordinario para una mujer de su tiempo. Sin embargo, el título no le abrió las puertas del mundo académico. Durante años trabajó sin salario, dictando clases bajo el nombre de colegas varones, porque una mujer profesora resultaba inaceptable para muchas universidades europeas.
Lejos de resentirse, Noether se volcó a la creación intelectual. Pensaba, discutía, enseñaba y compartía ideas con una generosidad poco común. Sus estudiantes la recuerdan como una maestra apasionada, rigurosa y profundamente humana, comprometida con la libertad del pensamiento.
En 1918 formuló el célebre Teorema de Noether, una de las ideas más profundas de la ciencia moderna. Demostró que toda simetría en la naturaleza implica una ley de conservación, como la energía o el momento. Este principio es fundamental para la relatividad y la mecánica cuántica, y cambió para siempre la manera de entender las leyes del universo.
Albert Einstein reconoció públicamente su genialidad y la consideró una de las mentes matemáticas más importantes de su tiempo. Aun así, el reconocimiento institucional llegó tarde y de forma incompleta, reflejo de una época que desperdició talento por prejuicio.
En 1933, con el ascenso del nazismo, Emmy Noether fue expulsada de su cargo por su origen judío. Emigró a Estados Unidos y comenzó a enseñar en el Bryn Mawr College, donde por primera vez experimentó estabilidad, respeto académico y un entorno más justo, aunque su salud ya mostraba señales de deterioro.
En 1935 fue sometida a una cirugía por un tumor pélvico. La intervención parecía haber sido exitosa, pero surgieron complicaciones posoperatorias inesperadas. Emmy Noether falleció pocos días después, a los 53 años, en silencio, como había vivido gran parte de su carrera científica.
Los tumores y quistes pélvicos, especialmente los ováricos, son formaciones en forma de saco llenas de líquido o material semisólido que se desarrollan en los ovarios o la región pélvica. Son muy frecuentes y, en la mayoría de los casos, benignos. Muchas mujeres los presentan sin síntomas y sin saberlo.
Los quistes ováricos más comunes son los funcionales, asociados al ciclo menstrual y a la ovulación, y suelen desaparecer espontáneamente. Otros tipos pueden relacionarse con endometriosis, alteraciones hormonales o, en casos menos frecuentes, con tumores, especialmente en edades avanzadas.
En etapas tempranas, los síntomas suelen ser leves: dolor bajo abdominal, sensación de presión, hinchazón, irregularidades menstruales o molestias durante las relaciones sexuales. Ante dolor intenso, fiebre, sangrado abundante, mareos o empeoramiento progresivo, se debe acudir de inmediato al médico, ya que pueden existir complicaciones como torsión ovárica o ruptura del quiste.
El tratamiento depende del tipo de quiste, su tamaño y los síntomas. Puede ir desde la simple observación y controles ecográficos hasta tratamiento hormonal o cirugía mínimamente invasiva. La historia de Emmy Noether recuerda que la atención médica oportuna y el acceso equitativo a la salud son tan importantes como el talento y el conocimiento para preservar la vida y el legado humano.