
Una nube densa y blanca se asienta poco a poco en las calles obligando a decenas de personas a buscar refugio.
Es una escena común en manifestaciones alrededor del mundo y el culpable de esa nube es casi siempre el gas lacrimógeno, que está cumpliendo cien años. En la Primera Guerra Mundial se utilizó por primera vez de manera formal una versión incipiente del gas moderno, con el objetivo de forzar a los soldados enemigos a escapar de sus trincheras para luego sí atacarlos con artillería u otras armas.
Vetados en guerras. Con el paso del tiempo, el gas dejó de utilizarse en los conflictos armados -en los que está prohibido bajo la Convención de Armas Químicas, que entró en vigor en 1997- pero se convirtió en una de las herramientas preferidas por la policía para dispersar multitudes.
"La razón por la que está prohibido en la guerra es porque se supone que no se debe usar como un arma ofensiva", le explica a BBC Mundo Anna Feigenbaum, una profesora de la universidad británica de Bournemouth, que recientemente publicó un ensayo sobre la historia del gas en la revista estadounidense The Atlantic.
"La excepción en los cuerpos policiales es que no se está usando como un arma, sino como un agente de control", agrega.
El más utilizado. La forma más común de gas lacrimógeno usada por la policía antidisturbios es el clorobenzilideno malononitrilo, conocido como gas CS en honor a los científicos que lo descubrieron, Ben Corson y Roger Stoughton.
Cuando entra en contacto con la piel húmeda, como la de los ojos, nariz, garganta e incluso la piel sudada, se disuelve y reacciona con los grupos funcionales sulfhidrilo presentes en muchas de las enzimas del cuerpo. La estimulación excesiva de los nervios del rostro provoca una producción repentina de lágrimas y mocos, así como dolor urticante.