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Luis Arce está usando al gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, para demostrar de lo que es capaz, para taparles la boca a todos los que puedan estar dudando de que se trata de un dictador hecho y derecho, con los pantalones bien puestos y que no saldrá corriendo al primer problema que se presente.
Lo secuestró en un operativo de película, derrochó violencia contra los cruceños que salieron a protestar, encerró al gobernador en una cárcel diseñada para peligrosos delincuentes, la orden de detención la dio un juez que ejercía el cargo ilegalmente y así lo hicieron sólo porque al gobierno le da la gana de hacerlo.
Ni siquiera el cocalero se había atrevido a tanto y con esta “hazaña”, Morales ya no tiene cómo llamarlo “blandengue” ni tratarlo como su pupilo, pues el discípulo ha superado al maestro. Y como para que no queden dudas de que Arce está dispuesto a todo, manda a instalar cámaras espías a la celda de Camacho, al mejor estilo de las dictaduras comunistas de Alemania Oriental o Unión Soviética, donde nadie movía un dedo sin la venia de los tiranos.
Seguramente inspirados en la novela de George Orwell, los aprendices de James Bond que le calientan la oreja a Luis Arce, le han dicho que él puede convertirse en ese gran dictador que mantenía el control de un país a través de cámaras, redes de espías e informantes. Lo han convencido de que puede dominar a los bolivianos como lo hace Cuba, donde el servicio de internet es sumamente restringido; como sucede en Irán, donde cortan la comunicación cuando les da la gana o como operan en China, país que se ha convertido en la cárcel más grande a cielo abierto, gracias a una inmensa red de vigilancia digital con reconocimiento facial y una costosa tecnología que permite saber exactamente lo que hace cada uno de los ciudadanos.
Arce está en manos de un grupo de ministros extremadamente aventureros, cuya tarea principal es decirle al jefe que es más que el “jefazo”, que es valiente, poderoso, un superman de la política, tarea que no debe ser muy difícil pues el ex ministro de economía ya se creía un superhéroe y un milagrero cuando hasta él mismo se convenció de su gran mentira de ser el autor de la bonanza que permitió quintuplicar los ingresos del país.
Los dictadores, especialmente los que creen serlo o están haciendo el esfuerzo por parecerse a un tirano, siempre han cometido el mismo error. Por un lado, menosprecian la capacidad de hastío del ciudadano y en segundo lugar, creen que están por encima de las leyes de la naturaleza, de la economía y todas las normas que guían el comportamiento de la sociedad.
Sobre todo, Arce desconoce que la lucha que se inició en el 2019 es la misma que se libra hoy, los actores son los mismos y los desafíos de la ciudadanía no han cambiado, justamente porque el régimen actual se empeña en seguir los mismos pasos de Evo Morales, el mismo plan y con los mismos métodos. El gran problema es que el contexto en el que se desenvuelve el gobierno es muy distinto y ya no se presta para montar la película que tenían prevista. La prueba es el pésimo espectáculo que están brindando con un final que puede ser muy trágico.
Arce está en manos de un grupo de ministros extremadamente aventureros, cuya tarea principal es decirle al jefe que es más que el “jefazo”, que es valiente, poderoso, un superman de la política, tarea que no debe ser muy difícil pues el ex ministro de economía ya se creía un superhéroe y un milagrero cuando hasta él mismo se convenció de su gran mentira de ser el autor de la bonanza que permitió quintuplicar los ingresos del país.