
Desde el inicio de las operaciones militares estadounidenses contra grupos vinculados al “narcoterrorismo” en el Caribe y el Pacífico, la presión sobre Venezuela ha escalado, dejando al presidente Nicolás Maduro con un limitado respaldo internacional.
El 2 de septiembre, el gobierno de Estados Unidos realizó el primer ataque a una embarcación presuntamente ligada al Tren de Aragua, marcando el inicio de al menos 21 operaciones que han dejado 83 muertos, según reportes aún no confirmados plenamente.
La magnitud del despliegue recuerda al bombardeo de Panamá en 1989 contra Manuel Antonio Noriega, y plantea la inquietante posibilidad de que los ataques puedan trasladarse al territorio venezolano.
Mientras tanto, la Casa Blanca envía mensajes contradictorios: el 25 de noviembre Donald Trump ofreció diálogo a Maduro, pero días después ordenó operaciones por tierra y el cierre del espacio aéreo venezolano.
En medio de esta tensión, la ausencia activa de los aliados históricos del gobierno bolivariano—China, Rusia, Irán, Cuba y Nicaragua—genera dudas sobre la capacidad de Maduro para sostener su posición.
Rusia se limitó a declaraciones formales de rechazo, sin comprometerse con apoyo militar, mientras que China enfatizó que su relación con Venezuela es “entre Estados soberanos” y no dirigida contra terceros.
Irán, por su parte, condenó las acciones de Washington, pero dejó claro que Venezuela es “capaz de defenderse por sí misma”, lo que limita cualquier intervención práctica de Teherán.
En América Latina, la respuesta de los gobiernos regionales ha sido desigual. Argentina, Ecuador, El Salvador y República Dominicana no condenaron directamente las acciones de EE. UU., mientras Cuba y Nicaragua ofrecieron apoyo verbal, sin acciones concretas.
Colombia, a través de Gustavo Petro, advirtió sobre posibles consecuencias migratorias de un ataque a Venezuela, y Brasil y México se mostraron preocupados por la soberanía, pero su influencia práctica sobre Caracas es mínima.
Expertos como José Mendoza destacan que Maduro está “cada vez más aislado, deslegitimado interna y externamente”, lo que convierte a Venezuela en un vecino incómodo para la región y debilita la posición del presidente bolivariano frente a la presión de Washington.
El análisis interno apunta a que la falta de respaldo internacional puede profundizar la vulnerabilidad de Maduro, sobre todo si los sectores opositores ganan terreno y debilitan el apoyo de las Fuerzas Armadas, clave para su permanencia en el poder.
En este contexto, ni los aliados históricos ni los vecinos latinoamericanos parecen tener capacidad real de incidir en la crisis, dejando a Maduro con opciones limitadas ante la escalada estadounidense, y con un futuro político cada vez más incierto.