
Washington despertó este viernes como quien
amanece tras una noche loca y tiene que pararse un segundo a recordar si lo del
día anterior sucedió realmente o solo fue un sueño salvaje. Eso que sucedió es,
obviamente, la sucia pelea pública entre Donald Trump, y su antiguo aliado,
Elon Musk, a cuenta de una ley fiscal republicana que el empresario considera
“abominable” y que para el presidente estadounidense es crucial en el éxito de
su agenda. Ahora toca saber cuál será el perdedor del divorcio más sonado de la
política estadounidense reciente, quién reculará primero y si será posible una
reconciliación que, conociendo a la pareja, se antoja altamente improbable.
De momento, Musk es el que más ha hecho por
apaciguar los ánimos con la publicación de un mensaje el jueves por la noche en
el que retiraba uno de sus órdagos: la amenaza de cancelarle a la NASA el
programa espacial Dragon, de la que la agencia especial depende. Fue, como
todos lo demás insultos y bravuconadas, a través de X, y después de que un usuario
le recomendara que respirara antes de seguir peleando. ¿Y Trump? El hombre que
presume de ser un negociador de talento, famoso por su capacidad de amedrentar
a sus adversarios, no parece dispuesto a aflojar en su desafío a Musk.
El presidente estadounidense dedicó la mañana
del viernes a mandarle recados al dueño de Tesla, Space X, a través de
periodistas prestigiosos de la ciudad, una práctica ciertamente insólita desde
que regresó a la Casa Blanca en enero pasado. Son los mismos reporteros
estrella que denigra a diario en sus intervenciones en el Despacho Oval, y que
en esta ocasión le han servido a sus objetivos.
En la CNN, escogió a Dana Bash, a la que atacó
durante su único debate presidencial con Joe Biden, que Bash moderó. Le dijo
que “ni siquiera piensa” en Musk y que no tiene planes de hablar con él
próximamente, pese a que Politico había informado horas antes de que desde la
Casa Blanca estaban maniobrando para organizar una llamada entre ambos. La sola
idea de que el presidente y el antes considerado “Primer Amigo”, al que Trump
invito varias veces a quedarse a pasar la noche en la Casa Blanca, necesiten la
intermediación de alguien para hablar dice mucho del deterioro de la relación.
“Elon tiene un problema. El pobre tiene un problema”, dijo Trump, según el
recuento de Bash. “Supongo que no hablaré con él por un tiempo, pero le deseo
lo mejor”.
La
elección del periodista de ABC fue aún más sorprendente. Trump le cogió el
teléfono al locutor estrella Jonathan Karl “antes de las 7:00″ de este viernes.
Karl es autor de uno de tantos libros políticos sobre Trump superados por las
circunstancias: se titula Tired of Winning (Cansado de ganar) y está construido
en torno a una declaración del republicano en 2016 −“Vamos a ganar tanto que os
vais a cansar de ganar”− y sobre la idea de que el entonces expresidente nunca
volvería a la Casa Blanca.
“Guerra Mundial de los Tuits”
A la pregunta de si tenía planes de
comunicarse con Musk, Trump contestó a Karl con otra pregunta: “¿Te refieres al
hombre que ha perdido la cabeza?“. En ambas llamadas, el presidente aprovechó,
según los reporteros, para comentar otros asuntos económicos y geopolíticos que
han pasado a un segundo plano en un país entregado al espectáculo de una
discusión que recordó a la pelea a la puerta de un bar entre dos borrachos de
testosterona.
Trump, con el coche Tesla que compró a Musk en
la Casa Blanca.SAMUEL CORUM / POOL (EFE)
Al día siguiente de lo que entre los adictos a
la información política de Washington ya se conoce con sorna como la “Guerra
Mundial de los Tuits”, un coche se ha convertido en el símbolo de una relación
rota y de sus consecuencias más allá del orgullo herido de los dos púgiles. Se
trata del Tesla rojo que Trump compró en marzo y presentó al mundo en un acto
insólito, en el que convirtió la Casa Blanca en un concesionario de la marca de
coches eléctricos cuando las decisiones de su dueño al frente del Departamento
de Eficiencia Gubernamental (DOGE) provocaron actos vandálicos por todo el país
contra autos, distribuidores o estaciones de carga.
Fue la manera en la que el presidente expresó
su apoyo a Musk. Afirmó que lo había pagado, y lo dejó a disposición de los
empleados de la Casa Blanca para que lo pudieran usar. Varios medios
estadounidenses informan de los planes de esos mismos trabajadores de
deshacerse de él. Las acciones de Tesla cayeron el jueves un 14% (y las de las
empresas de Trump, un 8%). Su dueño perdió 34.000 millones en su particular día
de furia, y la compañía, casi 150.000.
Como el de ese Tesla rojo, el futuro de los
empleados del DOGE, unos 90, que se alistaron en gran parte por su admiración
por Musk, también es incierto. El magnate de origen sudafricano dejó su puesto
el viernes pasado, cuando se cumplían 130 días desde la toma de posesión de
Trump, tiempo que fija la ley como límite para los empleados gubernamentales
especiales, categoría en la que la Casa Blanca situó al magnate de origen
sudafricano, cuando este aceptó ponerse al frente de la motosierra del gasto
público. En la hora de su adiós (y en lo que parece otra épica, muy lejana), el
presidente lo despidió con un acto elogioso en el Despacho Oval en el que le
entregó una llave dorada con el emblema de la Casa Blanca.
Otra de las incógnitas que el explosivo
divorcio tiene que ver con los 100 millones de dólares de inversión en
candidatos republicanos que Musk ha comprometido este año para asegurar que en
las próximas elecciones de medio mandato, en noviembre de 2026, los demócratas
no recobren las dos Cámaras. Ahora no las controlan, y eso merma sensiblemente
su capacidad de resistirse a las políticas de la Administración de Trump.
Parece poco probable que el empresario, que
ayer insinuó que apoyaría un impeachment para destituir al presidente y que
lanzó una encuesta en X para pulsar la apetencia popular por la creación de un
tercer partido, vaya a seguir aportando ese dinero, en vista de la desagradable
ruptura con Trump.
Tal vez también acabe siendo una cuestión de
liquidez. Aún sigue siendo el hombre más rico del mundo, pero el desamor con el
líder de la primera potencia podría traducirse, informa Reuters, en la pérdida
de 22.000 millones de dólares de contratos para Space X, por no hablar de las
represalias que podría lanzar el Gobierno federal contra él en forma de
investigaciones sobre sus negocios o sobre su consumo de drogas.