El autor del disparo contra Donald Trump acaba
de regalarle una imagen icónica que tanto le gustan a los norteamericanos, como
la del hombre llegando a la luna, los soldados clavando la bandera en Iwo Jima
o la de Muhammad Ali festejando su nocaut ante el cuerpo tendido de Sonny
Liston. Hacía mucho que Estados Unidos no celebraba una victoria importante,
pues mucho se habla de la supuesta decadencia del imperio, mucho más ahora con
un presidente que ya no puede ni hablar. Ver a Trump con el puño levantado segundos
después de haber recibido un balazo que le perforó la oreja, no es solo un
gesto inspirador para los republicanos o para todos los que quieren que el
magnate neoyorquino gane las próximas elecciones de su país, sino para
cualquiera que entienda que el postulante no está peleando solo por su partido,
por un programa de gobierno o por la hegemonía estadounidense, sino por una
civilización que está amenazada por el globalismo totalitario y decadente. Esa
mano es la de todos los que defienden la democracia y los que no quieren que la
levante Vladimir Putin o algún otro genocida y terrorista, tan aclamados en la
actualidad.